Miquel Giménez-Vozpópuli

Así acaba oficialmente el procés. Esquerra intentando heredar el legado convergente, Junts per Catalunya saboteando sus propios presupuestos y el president oyendo como le gritan delincuente

La derecha catalana, infinitamente más rancia, clasista y casposa que la española, jamás ha sabido perder. Cuando se abolió la esclavitud bramó como un becerro para que le dieran todo tipo de compensaciones y, desde entonces, no ha sabido hacer otra cosa. Exigir, pedir, reclamar, sacar los pies del tiesto y siempre amenazando con romper la baraja si no la dejaban ganar. Con el procés no podía suceder algo distinto. Han sabido, hay que reconocérselo, disimular como nadie sus auténticos propósitos detrás de consignas banales fabricadas para un electorado todavía más banal que se ha tragado todo el embuste. La fe que arguye una superioridad moral del catalán frente a la miseria e indigencia espiritual del español, Pujol o Torra lo han dicho, es difícilmente erradicable cuando se ha sembrado tan a conciencia durante tanto tiempo. Porque llevamos así desde el siglo XIX, señores, y nadie ha sabido arrancar de cuajo esa mala hierba. Ni el franquismo, que mimó hasta el exceso a los prohombres de la Lliga y al empresariado catalán, favoreciéndolo en agravio comparativo para con el resto de España.

Amamantado en esos pechos, Torra no concibe que ya no es ni parlamentario ni presidente, igual que Puigdemont sigue creyendo que es el president legítimo, como si fuera un pretendiente carlista al trono que, en el fondo, se trata de eso porque carlismo montaraz es el nacionalismo catalán, no lo duden. Y Esquerra, en el papel de hacer ver que es y no es, finge que se indigna por vía de Roger Torrent y suspende el pleno varias veces, una de ellas porque Lorena Roldán y el grupo de Ciudadanos califican al ya ex diputado Torra como delincuente. Ha sido un momento para la historia, el sueño más húmedo de muchos antipujolistas: ver al heredero del político corrupto increpado por un “¡Delincuente, delincuente!” que ha sonado como las trompetas del apocalipsis en ese pudridero denominado parlamento catalán, que tantos desmanes, tantas miserias, tantas mentiras ha visto.

Torrent fingía indignarse, y parecían hacerlo los de Esquerra, y todo el separatismo, pero el grito resonaba entre cretonas apolilladas, escaños desgastados a fuerza de soportar tanto culo pancista y tantos privilegios de casta; delincuente porque, argumentaba Roldán, es el calificativo de quien ha sido sentenciado por cometer un delito tipificado. No está la cámara catalana acostumbrada a escuchar la verdad y siempre ha optado por el silencio cobarde y cebón de socialistas o comunistas. Es más placentero y cómodo. De ahí la escandalera. Esa es una de las razones por las cuales algo o alguien procuró quitarse de en medio a Jordi Cañas, por vía de ejemplo. Hablaba demasiado claro para los hipócritas oídos de la tradicional clase política catalana, podrida hasta la médula. Delincuente le han llamado, sí, y, al final, ni ha habido pleno ni ha habido nada, aplazándose todo porque esto es Cataluña y todo puede quedar para mañana, que mientras los señoritos tengan apañada su mamandurria al resto nos pueden dar mucho por donde amargan los pepinos. Ellos, a lo suyo, como el millonario Toni Soler que calificaba en Twitter a Ciudadanos como panda de macarras. Y lo dirán así o de otras mil formas las tertulias del régimen y sus pasquines, siempre sobrealimentados del dinero que habría de emplearse en sanidad, educación, servicios sociales u obras públicas.

Ha sido un momento para la historia, el sueño más húmedo de muchos antipujolistas: ver al heredero del político corrupto increpado por un “¡Delincuente, delincuente!” que ha sonado como las trompetas del apocalipsis en ese pudridero denominado parlamento catalán, que tantos desmanes, tantas miserias, tantas mentiras ha visto.

Todo para no aceptar que urge convocar elecciones, para salir del pantano fangoso en el que nos metieron hace años, para despejar la atmósfera. Qué poco les gustan las urnas, pero las de verdad, las que sirven, las que son legales y por eso deben pasar numerosos escrutinios. El mismo día en el que conocíamos la presunta implicación de numerosos cargos de CDC, entre ellos cuatro Consellers, por financiación ilegal, la palabra delincuente ha sido la que mejor resume todo lo que ha sido esta carrera hacia la nada protagonizada por la ex Convergencia y la propia Esquerra. Así acaba el procés, decíamos, aunque los coletazos seguirán, y Esquerra continuará con la hermosa tradición del chantaje a un estado que hace mucho tiempo, siglos, que abandonó Cataluña en manos de sus caciques por pereza y por cobardía.

Que aquí, delincuentes, lo que se dice delincuentes, bien sea por acción o por omisión, hay más de uno y más de dos. Y ahora, que manden a sus hijos a quemar de nuevo las calles. Es decir, a delinquir.