Son tan prolíficos ya los delitos de odio registrados en nuestro país que Pedro Sánchez quiere liderar en exclusiva una respuesta institucional. Al final, la paliza homófoba contra un joven en el barrio madrileño de Malasaña ha quedado en agua de borrajas porque resultó falsa. Pero, antes de conocerse la versión corregida del denunciante, el episodio le sirvió al presidente para politizar la situación y anunciar que participará, por primera vez, en la reunión de la comisión contra los delitos de odio. Hay muchos más casos. Todos ellos verdaderos. Con testigos y denuncias. En Cataluña, en Euskadi. Y otras actitudes de incitación al odio que La Moncloa ha pasado por alto. Pedro Sánchez piensa enarbolar la bandera de esta causa en unos momentos en los que sus socios de gobierno, y su propio ministro Grande Marlaska buscan en Vox un chivo expiatorio culpándolo de incitar, con sus discursos, al ejercicio de la violencia. Una violencia que el partido de Abascal ha sufrido en numerosas ocasiones en carne propia. Nunca se le ha visto al líder de Vox ilustrar un artículo con la imagen de un revólver amenazando a otros partidos. Lo hizo el exvicepresidente Pablo Iglesias. Con la imagen de un arma en cuya empuñadura se podía leer las siglas del PP, Vox y Prensa. O decir que «hay que matar» a los miembros de un determinado partido como hizo una youtuber con Vox inducida por Rufián, ataviado de periodista entrevistador.
Porque los delitos de odio tienen muchas vertientes: de homofobia, racismo, machismo, religión y, por supuesto, ideológica. ¿Cómo calificar los ataques que han sufrido los representantes del PP vasco? No se trata de casos aislados. El desprecio con el que los representantes del centro derecha en Euskadi son tratados obedece a un caldo de cultivo muy cocinado.
La presunta agresora que atacó al joven García Oñate en Vitoria, por ser del PP, será procesada por un delito de odio. Pero en mayo otro joven popular, García Calvo, fue golpeado mientras estaba sentado en una terraza. También el hijo de Carlos Iturgaiz sufría una salva de amenazas mientras jugaba un partido de fútbol. Le iban a quemar a él y a su padre, le dijeron. Tres años antes, el alumno David Chamorro, que quería impulsar una plataforma de defensa de España en unas jornadas sobre la Constitución en el Campus de Álava, sufrió una brutal agresión de quince individuos.
¿Cómo ha sido educada la joven de 20 años que golpeó a García Oñate? ¿O los agresores de García Calvo que pretendían echarlo de la zona para proscribirlo al centro, como si marcaran a la gente por guetos? Sostiene el popular Iñaki Oyarzábal que se ha fomentado un discurso de confrontación con la derecha identificándola como los herederos del franquismo desde la educación pública vasca y desde formaciones nacionalistas. ¿Pedro Sánchez habría tenido que convocar más reuniones de la comisión contra los delitos de odio cuando se han producido ataques en Cataluña? ¿Y en todos los ocurridos en Euskadi? Desde una lógica democrática y no sectaria parece fácil la respuesta.