IGNACIO CAMACHO, ABC – 12/07/15
· Del congreso de UPyD sólo debería haber salido una comisión liquidadora para ordenar las cuentas y apagar la luz.
A Rosa Díez hay que reconocerle un doble e indiscutible mérito: su coraje contra el terrorismo –que incluye una indesmayable defensa de la dignidad de las víctimas– y su perspicacia para detectar antes que nadie el espacio que en la sociedad española se estaba abriendo para un partido tercerista. Lo levantó de la nada con una tenacidad tan persistente como la contumacia en el error con que luego se aplicó a destruirlo. Por cada uno de sus aciertos iniciales cometió varias equivocaciones, todas ellas decisivas. Una, su creciente antipatía, su empeño por reñirle a todo el mundo con gesto agrio de señorita Rottenmaier.
Dos, la creación de un sectario aparato de poder orgánico similar al de las fuerzas convencionales que cuestionaba. Y tres, la arrogante miopía con que enfocó su (no) relación con Ciudadanos, cuya fulgurante irrupción fue incapaz de detectar en una mezcla de celotipia y menosprecio. El de UPyD es un caso para estudiar en las facultades de Políticas cuando dejen de monopolizarlas los de Podemos: cómo una misma líder puede crear y hundir en tiempo récord un proyecto que, como ha demostrado el éxito de C´s, contaba con demanda social y condiciones de arraigo.
Aquella formación esperanzadora es hoy un partidito residual cuyos restos se debaten en una estéril pugna facciosa que recuerda demasiado la manida secuencia de los frentes palestinos de «La vida de Brian». Del congreso de ayer, sustanciado casi a cara de perro entre los escasos supervivientes del naufragio electoral y de la indisimulada opa lanzada por Albert Rivera, sólo debía haber salido una comisión liquidadora, un grupo de leales encargados de ordenar las cuentas, apagar la luz e irse a brindar por la melancolía de lo que pudo haber sido. Pero el carácter terco de Díez se ha trasladado a lo que queda de su efímera obra política con una voluntad casi intemperante de resistencia. Mientras sus votantes, cuadros medios y dirigentes transitan con mayor o menor disimulo y prisa hacia los predios del riverismo emergente, los pretorianos de R10 continúan aferrados a la legitimidad de una patente cuya licencia de explotación les han enajenado en su propia cara.
La realidad es que se trataba de una propuesta honorable, digna y sensata que merecía mejor suerte. La política española se empobrece sin el impulso regeneracionista, independiente y crítico que no ha sabido defender su propia impulsora, incapaz de adaptar sus estrategias a los ritmos compulsivos de la escena pública. Rosa Díez volcó en su criatura lo mejor y lo peor de sí: la intuición y la valentía, el hiperliderazgo y la soberbia. Pero no supo leer ni administrar los tiempos. Le faltó madurez para encajar la competencia de C´s y le sobró ego para gestionar un pacto equilibrado. Su fracaso se ha debido a una cuestión de plazos. Llegó demasiado pronto y ahora no comprende que ya es demasiado tarde.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 12/07/15