Planes

JON JUARISTI, ABC – 12/07/15

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Con Renfe puedes hacer planes. O no hacerlos. Siempre te dará alguna sorpresa interesante.

En los trenes españoles de antaño siempre iba en tu departamento un tipo que se sabía de memoria todas las estaciones y apeaderos del trayecto y te amenizaba el viaje enumerándolos en orden directo e inverso. Tenía su aquel. Como sabían los retóricos griegos y confirmó después la psicología experimental, un discurso o un camino se te hacen más cortos si te enumeran de antemano sus partes o sus etapas.

Desde mi infancia he recurrido al tren y conozco todas las líneas férreas de España. No memorizo las series de estaciones, pero sus nombres me suenan familiares. Por lo menos, los de las rutas que más frecuento. Una de ellas, lógicamente, es la radial de Madrid a Bilbao. Por eso me sobrecogió leer el nombre de Cubillas de Santa Marta, un apeadero entre Valladolid y Burgos donde, el pasado jueves 9 de julio, se detuvo poco antes de las diez de la mañana el Alvia combinado de Madrid a Bilbao e Irún que había zarpado dos horas antes de la estación de Chamartín. Una parada imprevista en un lugar de los Altos Páramos de León, Palencia y Burgos de cuyo nombre no conseguía acordarme.

Nunca había tenido el gusto de hollarlo. Es posible que haya cruzado por él en todos mis viajes ferroviarios desde Madrid a Bilbao (y viceversa), aunque no se detuvo allí ninguno de los trenes en los que viajé (y probablemente ningún otro). Deben de haber pasado tan rápidos que ni siquiera me daba tiempo a leer el nombre del apeadero. El jueves, el Alvia de Madrid a Bilbao e Irún en el que yo viajaba paró allí mismo. En Cubillas de Santa Marta.

Una hora después, el Alvia seguía tan parado y varado como la sirena de Alejandro Casona. En Cubillas de Santa Marta. Aproximadamente a las once se anunció por los altavoces que el tren había sufrido una avería en la unidad con destino a Bilbao. Muy solidariamente, algunos pasajeros de la de Irún, que iba en cabeza, sugirieron desengancharla y salir pitando. Los de Bilbao, decían, podrían llegar a su destino, e incluso más allá, empujando y turnándose, como en los chistes de vascos. Las risas se cortaron en seco cuando se apagó el aire acondicionado. A las once y media nos agolpábamos todos tras las puertas de los vagones, que se abrieron para dejar que entrasen ráfagas ardientes de aire sahariano. Al menos, hubo quienes lograron dar un par de caladas a sus cigarrillos antes de que las puertas se cerrasen de golpe segundos después.

En el exterior, alguien debió de alarmarse ante estos últimos movimientos, porque de repente el apeadero se llenó de agentes de la Benemérita en traje de campaña. En clase turista, donde tenía mi plaza, viajaba un contingente nutrido de guiris. Unos, intentando llegar a Pamplona desde Irún o Vitoria, dando un rodeo, y otros, aunque parezca increíble, para incorporarse en Burgos al Camino de Santiago. Al irrumpir los guardias en el andén no cundió el pánico, pero se despertó cierta inquietud, para qué nos vamos a engañar (un americano de mi edad o así aludió en voz alta a una antigua película de Zinnemann, con Gregory Peck y Anthony Quinn). Insinué patrióticamente que acaso la Guardia Civil estuviera allí para protegernos de una amenaza yihaddista.

En ese mismo momento, desengancharon las dos unidades y el tren echó a andar otra vez. Y resultó que uno de los subversivos fumadores era nada menos que un finalista del MasterChef del año pasado. Al relajarse la tensión fue reconocido y aclamado por los viajeros nacionales, y todo el pasaje se puso de inmediato a hablar de cocina. Con Renfe puedes hacer planes, reza un conocido eslogan publicitario. Quizá, pero para qué. Los que te propone la propia Renfe sobre la marcha son mucho más apasionantes.

JON JUARISTI, ABC – 12/07/15