Vuelve la expresión patriotismo constitucional. Ya no la usamos ni los que seguimos en ese rollo, melancólicamente, como soldados sudistas derrotados, deambulando por un país sin esperanza.
Ese, el del patriotismo constitucional, es justo “el país que nunca fue”, como rezaba el subtítulo de La España vacía. Que nunca fue o que lo fue sólo un poquito, de milagro. Es en el nuevo libro de Sergio del Molino, Contra la España vacía, donde reencuentro el patriotismo constitucional. El autor lo trae con un ánimo que me parece viejo. Pero el viejo soy yo (y además estoy gordo: más que Kate Winslet).
Todo lo que dice Del Molino es correcto. El libro es más rico, más complejo: se ocupa también de otros asuntos. Por ejemplo, el de la repoblación y el de la vuelta al pueblo, que él puso de moda con La España vacía, en direcciones con las que es crítico. Pero el eje es la disgregación de España, su (orteguiana) falta de vertebración, la incomunicación creciente, la volatilización de esos mitos y ficciones que sostienen una comunidad.
Del Molino vuelve a explicar las verdades que a algunos ya nos cansan, tras tantas refriegas; pero en las que hay que insistir: el logro político que supuso la Transición, que convirtió a España en una democracia; la falsedad de los agravios nacionalistas, su empecinamiento fanático; el cacao de nuestra izquierda con Franco y la República, su repulsión por los símbolos nacionales…
Entre todos los argumentos en favor de España hay uno transparente, tan transparente que no se ve: su ventaja es que ya existe, no hay que crearla. El fregado de la construcción nacional ya pasó. Los españoles de hoy tenemos la fortuna de habérnoslo ahorrado. “Lo que me importa”, dice Del Molino, “es el país, no cómo ha llegado a serlo”. Sólo hay una pregunta real: “¿Aceptamos que la historia no se puede corregir y que los cuarenta y siete millones de españoles viven en un aquí y un ahora y que sólo ese aquí y ese ahora es el objeto de discusión?”.
Pero, aunque Del Molino le pone calor, el patriotismo constitucional es frío. Y se ha probado que impotente, cuando en el lomo se le suben tigres. La auténtica épica española es la elegancia con la que ha aguantado cuatro décadas frente a los impresentables nacionalismos catalán y vasco sin segregar (dijeran lo que dijeran) un nacionalismo español.
Pero ya lo ha segregado también, con Vox. El patriotismo constitucional ha sido derrotado. Era lo fino y lo difícil: un lujo exquisito. Ya no hay nada que hacer.