Por democracia militante se entiende -la República Federal Alemana es un ejemplo- aquel sistema político que prohíbe en su ordenamiento jurídico los partidos o las actividades que tengan como fin alterar o cambiar la Constitución para instaurar un régimen contrario a sus principios. Así, fuerzas parlamentarias que se propongan explícitamente separar a una parte de la Nación del resto proclamando un nuevo Estado soberano o que persigan la abolición de las libertades civiles o de la propiedad privada para entronizar una estructura totalitaria no serían posibles hoy en Alemania de acuerdo con la Ley Fundamental germana.
La comparación con España produce melancolía. La Norma Básica surgida de la Transición es extraordinariamente permisiva en estos aspectos, algo así como la ley Celáa de Educación, según la cual los alumnos pueden pasar de curso sin saber nada, pero trasladada al terreno constitucional. Los diputados hacen su solemne juramento de acatamiento a la Constitución utilizando fórmulas grotescas y antireglamentarias sin que al presidente de las Cortes de turno se le altere un músculo de la cara y con el aval del Supremo Intérprete del ordenamiento fundamental. Golpistas convictos y confesos contra la unidad nacional y la soberanía indivisible del pueblo español, debidamente indultados de tan grave delito por un Gobierno complaciente y felón, afirman públicamente que no renuncian a sus objetivos subversivos y que “lo volverán a hacer” ante la pasividad de los poderes públicos y la indiferencia de la mayoría de los ciudadanos. Los miembros del brazo político de una sanguinaria organización terrorista que ha renunciado a la violencia tras asesinar a más de ochocientos inocentes, torturar, herir y mutilar a decenas de víctimas indefensas y obligar a doscientos mil vascos a abandonar su tierra de origen para evitar ser asesinados o extorsionados, ocupan hoy escaños en los ámbitos municipal, autonómico y nacional y son aceptados como socios preferentes por un Ejecutivo central socialista, a pesar de que un número significativo de muertos bajo las balas o las bombas etarras fueron afiliados de sus siglas.
Las ovejas acaban devoradas por los implacables depredadores que tan fácilmente han tenido acceso a su alimento favorito
Nuestra democracia es tan benévola y abierta -tan imprudente, pensamos algunos- que se comporta de manera análoga a un rebaño de simpáticas ovejas que, en aras del respeto a la pluralidad y a la diversidad de opiniones, permite la entrada para pernoctar en el aprisco a una manada de lobos hambrientos con la esperanza de que la confraternización entre grupos de intereses y hábitos tan dispares contribuirá a su armónica y pacífica convivencia. El resultado de este seráfico planteamiento no es difícil de adivinar. Las ovejas acaban devoradas por los implacables depredadores que tan fácilmente han tenido acceso a su alimento favorito,
Esta es la historia de España de los últimos cuarenta y cinco años, la de una serie de confiados y ovinos presidentes de Gobierno, de uno u otro signo, que han negociado, dialogado y compadreado con nuestros peores enemigos internos, intentando patéticamente apaciguarles con continuas dádivas y concesiones sin obtener otra respuesta que traiciones, deslealtades, burlas y sucesivas puñaladas por la espalda. En vez de unirse ante una agresión intolerable que amenaza a la Nación en su misma existencia, los dos principales encargados de velar por el funcionamiento correcto y el desarrollo adecuado de las previsiones constitucionales de 1978, cegados por su rechazo maniqueo al otro pilar esencial de la arquitectura institucional y atentos por encima de todo a sus deseos de gobernar excluyendo a su más destacado adversario, han preferido sistemáticamente la pecaminosa alianza con los secesionistas, envalentonándolos y armándolos hasta un nivel insufrible de tensión centrífuga.
Durante semanas de frenética campaña hemos asistido a debates, mítines, entrevistas y actos de todo tipo en los que los candidatos han hablado abundantemente de lo insustancial y muy poco de lo verdaderamente relevante. Vista la experiencia acumulada durante el último medio siglo, bastantes de nuestros compatriotas irán a introducir su papeleta en la urna el domingo próximo sin entusiasmo ni excesiva esperanza en búsqueda exclusivamente de lo insatisfactorio frente a lo deleznable, ánimo sombrío sin duda derivado del hecho de que nadie se haya comprometido a lo largo de demasiados días de áspera confrontación partidista, si no a que España sea por fin una democracia militante, deje de ser al menos una democracia claudicante.