DAVID GISTAU – ABC – 07/10/16
· El populismo redentor tiene resueltas estas contradicciones que tanto afectan a la socialdemocracia.
Existe un instinto misántropo y clasista que en democracia solía permanecer oculto como cualquier otra opinión contraria a las tablas de la corrección política. No resultaba fácil hacer carrera en la vida pública diciendo cosas como que, en general, la gente es imbécil. Al revés, había que fingir que uno creía en la infalibilidad del pueblo soberano y en su infinita sabiduría de sujetos políticos conscientes de sus derechos y de sus deberes. Había que igualar a Gide con su portera.
Esto ya no es así. Basta observar las reacciones al referéndum colombiano para comprender que hoy en día, incluso en ámbitos progresistas, se puede desdeñar a la chusma y decir de ella que es demasiado imbécil para confiarle «asuntos importantes». Hasta aquí llegó el ideal del súbdito devenido ciudadano.
En «Lo que queda del día», hay una escena en la que unos aristócratas ingleses, partidarios de contemporizar con Hitler, hablan de «asuntos importantes» mientras se pasan la frasca de oporto. Uno de ellos decide destruir el prestigio de la democracia y, para ello, lo que hace es solicitar al mayordomo su opinión sobre esos «asuntos importantes». A todo, el mayordomo responde que no entiende de esas cosas. Voilà!: a este imbécil luego le permiten votar. La escena la ha repetido tal cual la exquisita progresía contrariada por el resultado del referéndum colombiano, y para ello ha necesitado primero reducir a una enorme porción de la sociedad urbana de Colombia a un estado de precariedad intelectual que la invalida para participar en el discurrir de los asuntos públicos importantes: no molesten ustedes mientras nos pasamos la frasca y decidimos qué les conviene.
Esta actitud, feroz en las horas siguientes a un referéndum que creían atado, es particularmente significativa por tratarse la progresía del ente que se arrogó la invención del individuo democrático, la emancipación del súbdito. Resulta que el verdadero concepto de democracia que maneja es uno en el cual una élite intelectual imbuida de sentido de superioridad moral –otra forma de aristocracia– toma las decisiones y sólo las somete a votación para procurarse una coartada democrática y poder decir que el pueblo soberano es sabio y de él emanan todas las cosas.
El problema surge cuando ese mismo pueblo soberano vota lo que le da la gana y no aquello a lo que fue inducido con una condescendiente pedagogía: entonces pasa instantáneamente a ser un hatajo de imbéciles a los que en mala hora permitimos votar cuando sólo deberían permanecer callados mientras hablan los adultos.
En ese sentido, el populismo redentor tiene resueltas estas contradicciones que tanto afectan a la socialdemocracia. No necesita consultar a la gente porque se pretende su encarnación. Hay ya una transferencia de la voluntad genérica según la cual a través del déspota siempre es el pueblo el que se expresa. Democracia real, la llaman, y es práctica porque ni siquiera se requieren urnas: la conexión es telepática.
DAVID GISTAU – ABC – 07/10/16