Manuel Montero-El Correo
- En el sistema político de Rusia los derechos humanos no tienen un papel central y en las elecciones ya se sabe el nombre del ganador cuando se convocan
Las noticias que llegan de Rusia sugieren un sistema de poder que funciona con criterios arbitrarios y autoritarios, con la ‘desaparición’ de opositores y una acción gubernamental sin cortapisas. Sin embargo, este modelo político se ha dotado de una legitimación que se dice democrática. Es un concepto relativamente nuevo: la ‘democracia soberana’. Sus mentores la presentan como una variante más de la democracia, distinta a la democracia liberal, pero de similar legitimidad. Tendríamos así ‘democracias populares’, las de los regímenes comunistas; ‘democracia orgánica’, la del franquismo…
Cuando a la democracia se le añade un apellido conviene preocuparse. Se habla también de ‘democracia iliberal’ para describir el sistema autoritario de Hungría, con elecciones, un discurso nacionalista e identitario, pero sin una clara separación de poderes y la restricción de algunas libertades.
La ‘democracia soberana’ es la denominación que adopta el sistema autoritario que funciona hoy en Rusia. La expresión se había usado antes en Taiwán para defender su soberanía e independencia frente a la República China, así como el multipartidismo frente al partido único. La formulación que realiza desde 2006 Rusia tiene un sentido diferente. Sería el régimen en el que los poderes políticos, las autoridades y las decisiones proceden -en la teoría- de la nación rusa, dicen que buscando el bienestar, la libertad y la igualdad para sus ciudadanos, pueblos y grupos sociales. Plantea un problema obvio: determinar quién es la nación rusa y cómo expresa su voluntad. Para eso están Putin y los suyos, que vienen a considerarse la representación genuina de la nación.
La ‘democracia soberana’ implica que hay un partido dominante para evitar la fragmentación propia del pluralismo. La concentración del poder político se entiende, en este esquema, como la expresión de la soberanía rusa. Si alguien cuestiona la naturaleza democrática del régimen se le considera hostil. Eso sí, en este sistema los derechos humanos no tienen un papel central y en las elecciones se sabe el nombre del ganador cuando se convocan.
‘Democracia soberana’ relativiza el concepto de democracia definiéndola como el derecho del pueblo de un país a un sistema de poder que corresponda a sus condiciones históricas, sociales y económicas, que se supondrían derivadas de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Así, la democracia sería diferente en cada país y, se asegura, Rusia no tiene por qué importar el modelo occidental.
El origen de este concepto legitimador está en la evolución de Rusia tras el colapso de la Unión Soviética. En los años 90 inició una aparente democratización, que quedó interrumpida a comienzos de este siglo. Adoptó algunos elementos de la democracia occidental, pero desembocó en un régimen autocrático, que niega la democracia. El partido de gobierno, construido desde el poder, carece de alternativa. Aseguran que socialistas, liberales, conservadores y comunistas no están en condiciones de representar la soberanía nacional, por razones históricas y porque llevan a conflictos. Quedan así justificados el dominio del poder central y la marginación de la oposición. Putin llevó a cabo una creciente concentración del poder para construir un Estado fuerte, eliminando la fragmentación política propia de las elecciones plurales.
Con el término ‘democracia soberana’ se desarrolla una retórica democrática que en realidad justificó un régimen no democrático. Socialmente tuvo cierto éxito: una encuesta reciente asegura que el 62% de los rusos piensa que el país va en la dirección correcta. El régimen de Putin se identifica también como una ‘renovación moral’ frente a la decadencia occidental.
Se justifica esta evolución como la creación de un modelo ruso de democracia, frente al modelo de Occidente, considerado desestabilizador. La ‘democracia soberana’ serviría para acabar con el caos que siguió al final de la Unión Soviética, creando un poder vertical y lo que se llamaba la dictadura de la ley frente a poderes locales y partidos políticos, considerados disolventes. La estabilización generó una amplia tolerancia social hacia el autoritarismo de Putin.
Buscaría también la protección de los rusos que viven en las repúblicas exsoviéticas. El concepto conlleva la agresividad que se manifiesta en la invasión de Ucrania. El principal objetivo internacional de la ‘soberanía nacional’ que promueve Putin sería la reconstrucción del antiguo imperio ruso, con la subordinación de las antiguas repúblicas soviéticas, resignándose tan solo (de momento) a la pérdida de los países bálticos, integrados en la UE y la OTAN. En la práctica, la dependencia de las otras once repúblicas que con Rusia formaban la URSS es ya casi completa. Solo faltaría Ucrania.