MANUEL MONTERO-EL CORREO
- La indulgencia con el populismo que se considera ideológicamente próximo acrecienta la fragilidad de nuestro sistema político
La democracia no está hecha de una vez para siempre y debe mantenerse cotidianamente. Lo demuestran los acontecimientos de Estados Unidos. No han llegado súbitamente, pues la situación crítica se ha ido pergeñando durante años, pero sorprende que de pronto la democracia más antigua del mundo se haya visto cuestionada a partir de los llamamientos de un presidente populista.
Una saga de películas norteamericanas cuenta crisis brutales en la Casa Blanca. En esto creíamos haberlo visto todo, no sólo extraterrestres cayendo sobre Washington. También presidentes secuestrados por orientales, por terroristas internacionales o por traidores domésticos. O bien en apuros a cuenta de algún secretario de Defensa particularmente malévolo. O liquidados por bombas mortíferas. Relacionado con el género está el presidente congelado por una ola de frío, el acosado por una sublevación comunista o por alguna invasión cubana…
En el cine, el presidente salva la democracia (y de paso la paz mundial) gracias a su valor y sentido común, a la valentía de algún agente secreto y unos marines o a la heroica intervención de algún adolescente avispado.
La realidad supera la ficción: nadie había imaginado la escena de un presidente norteamericano lanzando a las masas contra el legislativo para impedir la proclamación de los resultados electorales. Al de unas horas, Trump llamó a la retirada, pero eso no cambia lo fundamental: el llamamiento primero y la desidia cuando comenzaron los gravísimos acontecimientos de la ocupación del Capitolio.
Las democracias pueden quedar maltrechas si no se atajan a tiempo los deterioros de las presiones populistas. Democracia o populismo: esta es la alternativa en la que hemos entrado. La aceptación tácita del populismo -capaz de denunciar fraudes electorales antes de que se lleven a cabo las elecciones- ha resultado fatal. ¿El Partido Republicano creyó que la marea populista le salvaba, pues le daba el poder? Un mandato después puede llevárselo por delante… tras convulsionar la vida democrática.
Cierta condescendencia con el populismo tiende a verlo como un desvarío anecdótico y no como una tara gravísima. Al llegar Trump al poder se propagaba la idea de que era como un niño problemático, que ya aprendería: pues no. La democracia no está inmunizada, por muchos años que la respalden, incluso si durante más de dos siglos ha tenido relevos democráticos bien regulados. Hay razones para preocuparse. No sólo por lo sucedido en Estados Unidos, cuyo trasfondo no desaparecerá de la noche a la mañana.
Sorprende la rapidez y contundencia con las que en España han saltado interpretaciones de los hechos, siempre acomodándolas a las posiciones propias. A toda velocidad… y todas ventajistas. Nuestras fuerzas vivas son muy ágiles en acomodar el relato a sus prejuicios. Si demostraran similar diligencia en otras esferas de su acción pública -la crisis pandémica, por ejemplo- seríamos el más afortunado de los países. Populismo desestabilizador es lo que hacen los demás y nosotros somos la democracia, esa es la idea.
Asombran algunas interpretaciones, que no advierten el paralelismo con sus gestas. Por ejemplo, Ferran Torrent, el presidente del Parlamento catalán, habla de «los peligros de alimentar el populismo y la extrema derecha y, sobre todo, hacerlo desde las instituciones». Como el populismo ha sido alimentado en Cataluña desde las instituciones sólo queda asombrarse por esa incapacidad de ver lo obvio.
En el esfuerzo de acomodar la interpretación a las posiciones propias no ha defraudado Podemos. Se indigna si alguien recuerda el cerco al Parlamento, nada que ver con lo del Capitolio, dicen, pero se parece. El problema, asegura Podemos, es que la ultraderecha recurre a «la mentira descarada como arma política y el intento de subversión de los mecanismos institucionales cuando no le son favorables». La verdad no ha sido su fuerte y realizó llamamientos «antifascistas» al perder elecciones, por lo que no está para dar lecciones.
Por el lado de la derecha extrema, Vox muestra un asombroso plegamiento a las teorías trabucaires de Trump, incluyendo responsabilizar a los demócratas de la violencia política en Estados Unidos, insidias sobre el fraude electoral y denuncias de infiltraciones «antifascistas» entre los amotinados del Capitolio: compran todo el paquete. Acabarán de terraplanistas, aunque aquí no se lleve.
Esta vez, tanto Casado como Sánchez han adoptado líneas interpretativas con cierta cordura. No importa. Los tuiteros de base aprovechan la ocasión para arremeter contra el vecino para atribuirle veleidades populistas, de las que se ven libres.
La fragilidad democrática se acreciente por la incapacidad de separar el trigo de la paja y la indulgencia con el populismo que se considera ideológicamente próximo: como si fuese posible la cercanía.