Mikel Buesa-La Razón

  • A los jóvenes hay que tomarlos en serio. Darles un dinero para sus gastos, unos billetes de tren o unas pocas becas no es suficiente

La demografía política estudia la influencia de la dinámica poblacional sobre las decisiones gubernamentales. Su relevancia está siendo creciente, toda vez que el envejecimiento de la población plantea retos crecientes a los gobernantes tanto con respecto a los ancianos como a los jóvenes. En España, los primeros ya han sobrepasado en número a los segundos, a quienes la evolución demográfica margina con creciente intensidad. Ello tiene una poderosa influencia sobre la política económica, pues sus opciones se suelen orientar hacia el votante mediano, cuya edad es ahora de un poco más de 45 años e irá creciendo en lo sucesivo. Este elector se caracteriza por su moderación, aunque presenta en España un pequeño sesgo hacia la izquierda. Los que superan su edad –en especial, los viejos– suelen ser menos radicales, a la vez que políticamente participativos, mientras que lo contrario ocurre entre los que no llegan a ella –sobre todo los jóvenes–. Como consecuencia, la política suele primar los intereses de las personas mayores.

Todo esto se refleja en el gasto público. España dedica al estado del bienestar casi un 29 por ciento del PIB; unos 380.000 millones de euros. De esta cantidad un 64 por ciento se destina a la población anciana –principalmente en pensiones y atención sanitaria– y sólo un 28 por ciento a la de menor edad –casi todo en educación y atención médica para la infancia–. Lo que queda se va a la población madura. Está clara la inferioridad de los jóvenes y el sesgo hacia los mayores en la política social. Pero ocurre, además, que esa política tiene oquedades importantes que acentúan ese desequilibrio, como es el caso de la vivienda, según hemos podido comprobar en el reciente debate electoral. También hay que anotar en esto la política laboral, pues la precariedad, los contratos a tiempo parcial y los salarios bajos se centran en los trabajadores jóvenes, dificultando su emancipación. Y para colmo, son éstos los que verán gravadas sus rentas en el futuro, pues buena parte del aludido gasto se está financiando, en los últimos años, emitiendo deuda pública. A los jóvenes hay que tomarlos en serio. Darles un dinero para sus gastos, unos billetes de tren o unas pocas becas no es suficiente.