Hay muchos municipios vascos donde las candidaturas no nacionalistas, las que no respondieran de un modo u otro a los designios de la construcción nacional vasca, han sufrido durante decenios una coerción sistemática, una presión ambiental de tal calibre que la presentación electoral ha sido absolutamente imposible.
Cuando en el País Vasco se invoca la necesidad de que las elecciones sean democráticas y puedan concurrir a ellas todos los partidos políticos y todas las opiniones organizadas, cualquiera puede advertir la razón de ese aserto y convenir en lo deseable que sería que aquí viviéramos en semejante escenario de pluralismo y representatividad, de modo que no hubiera ningún sector significativo de todo el espectro político, social y cultural vasco que no tuviera su correspondiente representación en todas las instituciones democráticas, tanto a nivel local como foral, autonómico, general y europeo. Ahora bien, si tenemos en cuenta lo que ha ocurrido en la política vasca en los últimos treinta años, dicha afirmación requeriría alguna importante matización, a mi juicio.
En efecto, el periodo conocido en toda España como la Transición ha tenido aquí la peculiaridad de contar con un movimiento insurreccional armado, dividido en múltiples frentes e imbricado en prácticamente todos los sectores de la vida social, imbuido de un objetivo para nada disimulado, consistente en desacreditar la legitimación del poder político español y sustituirlo por uno propio. Ese proyecto abiertamente secesionista está basado en una ignorancia supina de la historia contemporánea vasca, a la que se pretende entender desvinculándola de la española, con el añadido de un falseamiento profundo de toda la historia de épocas anteriores, para hacer pasar por real y verídica la ensoñación de un pueblo vasco siempre libre. Ese movimiento ha tenido como vértice de actuación la violencia extrema, consistente en eliminar personas que representaran los símbolos del poder político opuesto, y a su vez se ha bifurcado en diversos brazos de violencia difusa y subsidiaria de la principal, que han ejercido la misma o mayor fuerza coercitiva que la matriz de la que emanaban.
Durante todas estas décadas hemos asistido, por tanto, a un ejercicio continuado de asesinatos políticos, extorsión económica, amedrentamiento ideológico e imposición cultural y simbólica cuyo resultante ha sido la construcción de un imaginario absolutamente inédito en el País Vasco, delirante en muchos aspectos, desprovisto de todo fundamento histórico, distorsionador de la imagen real de Euskadi y sobre todo escamoteador de su auténtico entramado sociológico. Esto último se ha conseguido por el expeditivo método de no hablar jamás de la gran inmigración española al País Vasco, salvo para integrarla al nuevo sistema de creencias, en ningún caso para considerarla lo que efectivamente es: la clave principal para explicar toda la realidad política, social y cultural del País Vasco contemporáneo.
El balance de este singular escenario, dudosamente propicio para generar un sistema político democrático, ha sido la eliminación física de todo el tradicionalismo histórico vasco-español que, con el nacionalismo y el socialismo, completaba el trípode en el que se basaba la política vasca anterior a la Guerra Civil. En el ámbito socialista, por su parte, la terrible persecución sufrida ha engordado el síndrome ‘vasquista’ entre su militancia, que posterga de su ideario las señas de identidad originariamente españolas, tanto las del Perezagua enfrentado a cara de perro a la exclusión etnicista del primer nacionalismo, como incluso las del Prieto autonomista, republicano y liberal, que intervino decisivamente en el primer Estatuto. El movimiento de fondo correlativo a toda esta depuración física e ideológica del no nacionalismo ha consistido en un enorme trasvase de inmigrantes españoles, singularmente los hijos de los llegados aquí en la posguerra, a las posiciones nacionalistas, sobre todo extremas, algo que se puede explicar por el feroz adoctrinamiento ejercido en ciertos enclaves conocidos de Gipuzkoa y Bizkaia, donde la convivencia entre población nativa y sobrevenida ha sido más intensa, a diferencia de lo ocurrido en las grandes poblaciones vascas, donde la inmigración española ha podido hacer toda su vida en barrios construidos por ellos y para ellos (guetos, los llaman los nacionalistas) sin apenas contacto diario con la cultura nativa.
De estas consecuencias mayores de la actividad insurreccional vasca en la Transición se deduce que hay un número muy significativo de municipios, sobre todo en Gipuzkoa y también en Bizkaia, pero en general en todo el País Vasco (no me puedo olvidar de Llodio, por ejemplo, bastión histórico del tradicionalismo alavés), donde las candidaturas no nacionalistas han experimentado lo que bien podríamos denominar una coerción sistemática de sus posibilidades de representación política. La presión ambiental, sobre todo en núcleos de población donde toda la gente se conoce, ha sido de tal calibre durante varios decenios seguidos, que la presentación electoral de candidaturas políticas, que no respondieran de un modo u otro a los designios de la construcción nacional vasca, ha sido absolutamente imposible.
Los que han ejercido esta política de tierra quemada sobre la geografía y la historia vascas podrán dar por bueno, sin duda, lo conseguido hasta ahora y pensarán que, si se acaba para siempre el ciclo violento, las bases de partida son suficientemente sólidas como para garantizar opimos frutos en un futuro inmediato. En muchos pueblos vascos, no obstante, hay señales y testimonios que anuncian algo sensiblemente distinto, porque hay mucha gente callada a su pesar, contraria a las consignas habituales, que no habla nunca de política fuera de su círculo más íntimo, y que espera secretamente el momento de poder hacerlo sin miedo a represalias. Cuando de ahí surjan ciudadanos que encaucen dignamente esa opinión reprimida hasta ahora, podremos decir que, por fin, ha llegado la democracia a Euskadi, la democracia de verdad.
(Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco)
Pedro José Chacón, EL CORREO, 6/5/2011