ABC 10/02/14
ESPERANZA AGUIRRE, PRESIDENTA DEL PP DE MADRID
A mí me gustaría que, en vez de utilizar como arma arrojadiza la etiqueta de «ser muy de derechas» para descalificar al adversario, se analizara a fondo cuál es la posición que cada uno mantiene respecto de un asunto capital: los límites a la intervención
Hace casi treinta años, en 1985, cuando yo daba mis primeros pasos en la política y era militante del pequeño Partido Liberal (que después acabaría integrado en el Partido Popular), mis compañeros de partido me encomendaron la delicada tarea de redactar la Ponencia Política que aprobaría el Congreso de aquel pequeñísimo y artesanal partido.
Etiquetas «En estos momentos de crisis, recurrir a etiquetas para descalificar a los adversarios y no entrar en el fondo del debate ideológico no ayuda en la búsqueda de soluciones»
Recuerdo cómo, al reflexionar sobre la ideología en la que tenía que sustentarse el partido, se me planteó el dilema de las derechas y las izquierdas. Al estudiar el asunto y al comparar las posiciones políticas que defendían unas y otras llegué a la conclusión de que lo que de verdad diferenciaba a los partidos era la consideración del papel que tiene que representar el Estado en la vida de los ciudadanos.
De acuerdo con esto, redacté aquel documento en el que señalaba que las dos opciones principales que se dan en los países democráticos de Occidente son la socialista y la liberal. La socialista o intervencionista, que sostiene que el Estado conoce mejor que los ciudadanos lo que les conviene a ellos y a sus familias, y por tanto, debe decidir por ellos. Y la liberal, que prefiere anteponer la libertad y las iniciativas de los ciudadanos a la intervención omnipresente del Estado.
Preparando aquel texto comprendí en toda su extensión las palabras con las que el Premio Nobel von Hayek comienza su «Camino de servidumbre», cuando se lo dedica a los «socialistas de todos los partidos». Porque ese afán intervencionista y ese recelo hacia la libertad se encuentran tanto en los partidos de la llamada izquierda como en los de la llamada derecha.
Y, aunque en menos ocasiones, también ha habido momentos en que me han sorprendido algunos gobiernos socialistas tomando medidas en la que yo considero que es la buena dirección, es decir, la de ampliar el margen de libertad para los ciudadanos y la de limitar la presencia del Estado en todos los ámbitos de sus vidas.
Siempre que surge la cuestión de la definición de izquierdas y derechas recurro a aquel texto juvenil. Y, aunque me esté mal el decirlo, cuando lo releo tengo la satisfacción de comprobar que lo que redacté entonces, a pesar del tiempo transcurrido, sigue teniendo toda su vigencia, al menos para mí.
Ya sé que en la España actual, donde el debate ideológico entre políticos y entre partidos políticos se limita con demasiada frecuencia al intercambio de eslóganes más o menos vacíos, cuando no al cruce de descalificaciones, resulta muy difícil entrar a fondo a analizar las ideas políticas. Pero a mí me gustaría que, en vez de utilizar como arma arrojadiza la etiqueta de «ser muy de derechas», o cualquier otra, para descalificar al adversario, se analizara a fondo cuál es la posición que cada uno mantiene respecto de un asunto capital: los límites a la intervención del Estado.
Porque ¿es ser de extrema derecha impulsar políticas que den cada vez más margen de libertad a los ciudadanos para elegir el colegio que quieren para sus hijos, el médico que quieren que les atienda, el hospital al que quieren acudir, o el día y la hora en que quieren ir de compras?
¿Y buscar una forma de gestionar la Sanidad que evite el colapso al que puede llegar si no se toman medidas que todos los que la estudian en serio consideran imprescindibles?
¿Y querer que el sistema educativo se fundamente en el estudio, el mérito y el esfuerzo, medidos con las correspondientes evaluaciones o exámenes?
¿Y defender que el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los que lo ganan, y que el Estado nunca conoce mejor que los ciudadanos lo que ellos necesitan hacer con ese dinero?
¿Y Ortega Lara es de extrema derecha, como se ha dicho, por no estar de acuerdo con que el torturador que lo tuvo 532 días en un agujero esté libre, tras una decisión política que cada vez se comprueba que estaba menos justificada?
¿Somos de extrema derecha los que queremos que los 326 asesinatos de ETA que están sin resolver se resuelvan, y los familiares de esas víctimas tengan, al menos, la reparación moral de saber quiénes fueron los asesinos?
¿Y los que queremos que el fin de ETA no sea un empate entre los terroristas y sus víctimas, sino que deje claro que ha habido vencedores y vencidos?
¿Y los que creemos que no se puede decir que ETA está derrotada cuando el Estado de Derecho le está concediendo, por dejar de matar, lo que no había conseguido matando?
En estos momentos de crisis, cuando todos deberíamos afanarnos por encontrar las mejores soluciones a todo lo que la crisis ha demostrado que no funciona, cuando más deberíamos profundizar en los argumentos, recurrir a etiquetas para descalificar a los adversarios y no entrar en el fondo del debate ideológico no ayuda nada a avanzar en la búsqueda de las mejores soluciones.