Formación democrática

EL CORREO 10/02/14
MARÍA TERESA BAZO, CATEDRÁTICA DE SOCIOLOGÍA

· En las sociedades modernas democráticas, la propaganda política se ha llegado a convertir en profesión

El espectáculo de un dirigente político, o de varios, diciendo a quienes le quieren oír y sobre todo creer, que una parte escindida de un Estado existente quedaría como si nada hubiera ocurrido dentro de la Unión Europea, al amparo de sus tratados e instituciones ha sido tildado, quizá no sin razón, de cómico y de ridículo. Sobre todo si tales declaraciones no obtienen la confirmación ni el respaldo de ningún país ni institución solventes. Quienes así se expresan saben perfectamente que una parte de un Estado que se escinde, al margen del sistema legal del país de que se trate, queda automáticamente fuera de la UE. Que insistan una y otra vez en que seguirán siendo ‘Europa’, sin mediar nada entre la salida segura y la futura entrada posible, produce a muchas personas sensación de vergüenza ajena y de oprobio propio. La sensación entre los ciudadanos avisados de que les están tratando de estúpidos es abrumadora. Cierto que la invención impune intelectual y jurídicamente de una Historia inexistente, puede llegar a hacer creer a esas personas no que la realidad del Tratado de la Unión Europea es la que pretenden falsamente transmitir, sino que efectivamente mentir y engañar a los ciudadanos deliberadamente no tendrá consecuencias económicas ni sociales. Esos representantes políticos conocen el Tratado y la legislación. O deberían saberlo a tenor de lo que gastan en asesores. Conocen que la escisión unilateral en su momento de Kosovo, por ejemplo, hace que ese país siga ahí después de tantos años, sin que ni siquiera haya llegado a formar parte todavía de la Organización de Naciones Unidas. Por eso resulta humillante para quienes les escuchan oír su prosopopeya.

La publicitación de los logros de los gobernantes se ha realizado desde la antigüedad, transmitiéndose por medio de dibujos, grabados y escritos. Las batallas, los triunfos y las glorias se han transmitido a los coetáneos y a la posteridad. En la Alemania nazi se llega a crear un Ministerio de la Propaganda, con el fin de idiotizar al mayor número de personas haciéndoles creer en el Führer como en el nuevo dios representante vivo de la nación elegida, al que se le debe fe y lealtad sin límites. Para ello y partiendo de la base del desprecio a la inteligencia de las masas, se rigen por el principio de que no es necesario esforzarse en argumentar sólidamente. Basta apelar a los sentimientos. En las sociedades modernas democráticas, la propaganda política se ha llegado a convertir en profesión, y el marketing político se estudia y se practica en las sociedades contemporáneas. Los estudios de los mercados electorales pueden ser más o menos acertados pero ya no hay sociedad moderna donde no se realicen.

En este contexto, un fenómeno que se observa mueve a la reflexión sobre las percepciones y los sistemas de comunicación en las sociedades democráticas modernas. El Tratado de la Unión está escrito, como el resto, cualquiera puede leerlos, se trata de sociedades de cultura escrita, prácticamente sin analfabetismo, con grupos amplios de personas que han alcanzado niveles altos de formación escolar e incluso académica, y en las que la mayoría tiene acceso ilimitado a cualquier información por medio de Internet. Cierto que no es lo mismo instrucción que educación. En los artículos 49 y 50, por ejemplo, se explicita qué procesos se seguirán en el caso de una solicitud de ingreso en la Unión por parte de un Estado, así como los de salida de la Unión para un Estado que pertenezca a la misma. Muchos pretenden obviar que la UE es una unión de Estados, y en el artículo 4.2 del Tratado, entre otros aspectos se dice que la Unión «respetará las funciones esenciales del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad territorial, mantener el orden público y salvaguardar la seguridad nacional». De ahí el respeto a las leyes de cada Estado, que para pertenecer a la Unión tienen previamente que ceñirse a los principios establecidos de «libertad, democracia y respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y del Estado de Derecho», como se establece en el Preámbulo. La Unión ejerce sus competencias, y tiene sus límites, únicamente sobre las cuestiones que previamente le han sido atribuidas por los Estados miembros en los distintos Tratados, rigiéndose por el principio de subsidiariedad, de modo que sólo actuará en algún ámbito en el que resulte necesaria su intervención para el mejor logro de los objetivos si no puede conseguirse por los Estados miembros, como se puede leer en el artículo 5.3. (Este texto puede leerse en el Diario Oficial de la Unión Europea, en lengua española, de fecha 30 de marzo de 2010).

Dicho esto, resulta que para lograr una legitimidad en una propuesta que se plantea de manera que parece no sostenerse jurídicamente, los representantes políticos que desean llevarla adelante buscan encontrar apoyos en voces autorizadas en autoridades o instituciones internacionales. Por otro lado, también en la respuesta se busca la intervención de una autoridad representativa, cuanto más arriba en la escala burocrática mejor, para que el ‘gran público’ llegue a ser consciente de cual es la realidad que surgirá de la puesta en marcha de los procedimientos que se establecen en el Tratado para salir o entrar en la Unión. Deben repetir una y otra vez que incluso con el acuerdo con el propio Estado, el resto de los Estados deberán aceptar al nuevo por unanimidad. Oír en boca de personas autorizadas, verlo en los medios especialmente en televisión, lo que puede leerse por parte de la gran mayoría de los ciudadanos, incluso estudiarse en la escuela que se debería estar haciendo ya, parece otorgar la credibilidad necesaria a un discurso o argumento. Está pasando en España pero también en otros países europeos. Algo falla en nuestras sociedades alfabetizadas.