JAVIER REDONDO-EL MUNDO
OBAMA recrea la anécdota en La audacia de la esperanza. En sus tiempos de senador, replicó a un republicano, que airado contestó: «Me concederá al menos el derecho a tener mis propias opiniones»; Obama replicó: «Sin duda, lo que no le reconozco es el derecho a tener sus propios hechos». Sánchez se arroga resolutivo tal derecho. El privilegio se lo ha ganado al ajustar su perfil al enraizado sistema de creencias en España y, además, acompañarse de un majestuoso cortejo de ardorosos creadores de opinión.
En febrero, Rivera apareció en Colón, junto con Casado y Abascal, en una manifestación convocada por PP y Cs para exigir elecciones anticipadas. Sánchez gobernaba gracias al apoyo de los independentistas y había firmado la Declaración de Pedralbes con la siempre sinuosa oferta de diálogo, algunas palabras empalagosas y otros tantos regates en el aire. Aquella foto permitió a Sánchez impulsar la campaña contra las «tres derechas»: Rivera había cruzado el umbral. Su programa era el mismo aunque hubiese agriado sus formas y elevado su tono. Cs incorporó a la ex socialista Soraya Rodríguez. La foto construyó el marco mental y atrapó a Rivera.
Que Rivera manifestase su preferencia por el PP –y ocultase su verdadero propósito de sobrepasarlo– y su negativa rotunda a investir a Sánchez no alejaba a Cs del centro; podría significar que el PP estaba más próximo al centro que el PSOE. Sin embargo, el huracanado potencial mediático de Sánchez no admitió fisuras en el argumentario y se arrojó felino contra la pieza. La empresa era vital, porque mermado y amedrentado el centro, el camino quedaba expedito para justificar cualquier alianza que no lo incluyera o reivindicar su «abstención patriótica».
Los datos de EL MUNDO muestran que de los 2,5 millones de votantes que han abandonado a Rivera, casi un millón se ha ido a la abstención, otro al PP y otro medio a Vox. La fuga al PSOE es testimonial. Para el mainstream evidencian que Cs no estaba en el centro; aunque demuestren que no lo está Sánchez. La pérdida hacia la abstención es clave para interpretar bien lo que ha pasado. A Rivera no le ha penalizado su veto a Sánchez sino que después de mantenerlo titubeara y no se atreviera a liderar el centro derecha desde dentro, generando una competencia virtuosa en el espacio que comparte con el PP. Sánchez cuenta con un atributo mágico –en política es instinto–: sus actos perjudican al adversario. También dispone de comodines –Podemos y separatistas–, o sea, capacidad de chantaje.