Ignacio Camacho-ABC
Al declarar su intención de «volver a intentarlo», Junqueras renuncia a reinsertarse en el marco legal que ha violado
De todas las anomalías que ha normalizado el Gobierno de Sánchez, la principal consiste en que la llave de la estabilidad de su mandato la guarde en una cárcel un político condenado por delitos graves. Y aunque para atenuar esa evidente disfunción ética y política el presidente esté urdiendo una mayor como es la intervención del Ejecutivo en la Justicia, Junqueras no va a superar, ni quiere hacerlo, la experiencia de la penitenciaría. Al contrario, parece dispuesto a usarla como combustible de su rebeldía y así lo proclama en la reciente entrevista de «El País» con áspero tono -«y una mierda, y una puta mierda»- de soberbia levantisca. Hasta parece que le molesta que el Supremo considerase mera ensoñación la declaración de independencia, como si se sintiera humillado por la consiguiente rebaja de la pena. Es el «síndrome Mandela», una aspiración de martirio que desdeña el detalle de que su modelo poseía una fortaleza ética que le llevó a protagonizar el más renombrado proceso contemporáneo de reconciliación y convivencia. Y, por supuesto, el de que fue encerrado por un régimen abyecto y no por una impecable democracia europea.
El preso de Lledoners envía dos mensajes diáfanos. Uno a Sánchez: que se olvide de la legislatura, como ya le dijo Rufián, si no cumple su pacto; es decir, que recuerde por dónde lo tiene agarrado. El otro es para sus propios correligionarios, a los que trata de aliviar la sensación de fracaso asegurando que se han «ganado el derecho de volver a intentarlo». Entiéndase el derecho a la insurrección, si bien se cuida de ponerle plazos. Pero cualquier recluso que prometiera delinquir a la primera oportunidad podría irse olvidando de permisos u otras variantes de alivio carcelario, simplemente por renunciar a reinsertarse en el marco legal que ha violado. Claro que si los etarras y el partido heredero de su proyecto reclaman su plena integración legal y social sin un ápice de arrepentimiento, por qué iba Junqueras, que no ha matado ni secuestrado a nadie, a conformarse con menos. Ser socio imprescindible del poder debe de generar algún privilegio.
Lo que no se puede reprochar, ni a él ni al separatismo en general, es falta de transparencia. Llevan años anunciando con la mayor franqueza sus propósitos y cumpliéndolos en la medida de sus fuerzas. Si dicen que lo van a volver a intentar, podemos tener la seguridad plena de que en cuanto le encuentren al Estado una grieta echarán otra vez el carro por las piedras sin el menor remordimiento de conciencia. Sánchez lo sabe, como todo el mundo, y no podrá sentirse engañado porque es quien les está facilitando la ocasión y los medios para llevar su plan a cabo. Les ha alquilado el usufructo de La Moncloa y no le va a salir barato. De un político como él cabía esperarlo; lo asombroso es que haya medio país mirando, por conveniencia o por sectarismo, para otro lado.