Derecho de admisión

ABC – 10/03/16 – IGNACIO CAMACHO

· Con mohín de caudillismo peronista, la Evita catalana estigmatiza al Ejército como milicia opresora del pueblo cautivo.

Qué será lo que no le gusta de los militares a Ada Colau. ¿Que visten uniforme, que portan armas, que sirven con lealtad a un código de disciplina y honor? ¿Que se despliegan por el mundo en misiones de paz? ¿Que estarían dispuestos a defender con su vida la de la alcaldesa que los quiere echar del Salón de la Enseñanza como si fuese el de su propia casa? ¿O tal vez le molesta la bandera de España que llevan prendida en la manga de la guerrera? Quizá todo a la vez; para el imaginario de la progresía el Ejército representa un compendio de los valores que no entiende: un conjunto de reglas de respeto, sacrificio, orden y eficacia.

Para la progresía secesionista, además, evoca el anatema de la unidad nacional, ese concepto que el soberanismo atribuye a la herencia de Franco. Cuando la regidora de Barcelona expresa con un mohín displicente su desagrado por la presencia de las Fuerzas Armadas no sólo efectúa un brindis de pacifismo de salón a su público antisistema: está compartiendo con la feligresía independentista la idea de una milicia invasora, de las tropas de ocupación enviadas por el Estado a oprimir el destino manifiesto del pueblo cautivo.

Y lo hace con el tic tan suyo de caudillismo peronista; esa pulsión de arrogancia autoritaria con que la extrema izquierda ha entrado en las instituciones impartiendo certificados de buena ciudadanía y marchamos de personas no gratas. Este me gusta, este no. Estos líderes agrandados traen vocación de arcángeles guardianes de las puertas de su paraíso sectario. Gobernando en minoría se sienten investidos del poder de administrar el derecho de admisión en su particular Barataria; qué sucederá el día que tengan mayoría absoluta.

Como pequeños virreyes de un nuevo orden ideológico cambian los nombres de las calles, quitan las estatuas y hasta se atreven, en el paroxismo adanista, a la pretensión de reinventar el lenguaje convencional: ese portentoso hallazgo del mujeraje –para revertir la presunta connotación patriarcal del homenaje– pasará a los anales de la estupidez con soberbia marmórea. Ridículo, sí, porque mueve a risa, pero también alarmante; se trata del designio autoimbuido de construir un mundo de nueva planta según los planos mentales de una antiutopía totalitaria.

Sucede que incluso esa quimera social y política ha necesitado del Ejército para imponer su experiencia en la realidad histórica. Y no precisamente en la versión democrática, obediente al poder civil, que Colau tiene el privilegio de poder despreciar con su augusta prepotencia populista. Ahí está por ejemplo la tradición golpista de sus amigos bolivarianos. La que acaso inspira a su aliado, correligionario y ¿jefe? Pablo Iglesias, un pragmático leninista, a solicitar como botín de un pacto de Gobierno la cartera de Defensa. A menos que para la Evita catalana se trate de un ministerio de otra nación. De otra patria.

ABC – 10/03/16 – IGNACIO CAMACHO