ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Ya al final de su interrogatorio al mossoMolinero el abogado, Melero, decidió gustarse.

–Se le ha venido a preguntar por el uso de la fuerza que habían hecho las unidades Arro [antidisturbios de los Mossos]… ¿No produjeron ningún derramamiento de sangre las Arro entre los ciudadanos que asistían a los colegios?

–Rotundamente, no.

–Supongo que habrán abierto ustedes las correspondientes investigaciones disciplinarias para depurar responsabilidades.

–¿Por las intervenciones del Arro?

–Claro…

–¿Por no haber hecho correr la sangre?

–Sí, sí…

–Bueno, creo que no.

–¡Gracias!

La ironía funciona mal en televisión y, por tanto, también en el juicio. El comisario tardó en entender que el abogado le estaba felicitando. De hecho tampoco tengo la total seguridad de que lo haya entendido por completo. Entre otras razones porque puede que la felicitación del abogado se descubra al fin cargada de veneno. El abogado había subido el tono varias octavas y preguntó por el derramamiento de sangre. La maniobra no le habría funcionado de haberse referido, sin más color, a la violencia. Su idea, obviamente, era contraponer la actuación de los Mossos a la de Policía y Guardia Civil, que sí derramaron. Pero cualquiera sabe que sangre derramada en este juicio quiere decir un hombre que perdió un ojo y algún trastazo que reventó capilares con más o menos espectacularidad a unos pocos ciudadanos y policías. El derramamiento de sangre del abogado es pura prensa amarilla. Prensa de Catalunya, quiero decir. La prensa de referencia (aquí mismo, sin ir más lejos) llama a eso uso legítimo de la fuerza, que es lo que el 1 de octubre hizo el Estado democrático de una forma mesurada y eficaz, sobre todo por su pedagogía. El Estado mostró a los insurrectos cuál iba a ser el precio de mantener activo uno de los engranajes del Proceso: desde el 1 de octubre las calles ya no volvieron a ser suyas.

El comisario Molinero cayó en la trampa del sensacionalismo y se mostró orgulloso de no haber derramado sangre. Sin embargo, durante el resto de su declaración trató de ocultar el orgullo y, como los otros mandos de la policía autonómica, enmascaró tras mil vericuetos la decidida voluntad –así acordada con el poder político– de que los Mossos no hicieran uso de la fuerza el 1-O. Quiero decir que el comisario se mostró orgulloso de no verter la sangre, pero ante las preguntas ceñidas del fiscal, Zaragoza, sobre su pasividad en el cumplimiento de la ley, hizo lo mismo que sus predecesores: justificar que una temible manifestación de anarquistas, otra aún peor de fascistas y, aún más, el estremecedor partido Barcelona-Las Palmas requirieron la atención de los casi mil mossos antidisturbios. Y que, en consecuencia, solo pudieron dedicar su tiempo libre a la frustación del referéndum.

Una explicación simétrica usó Molinero para justificar que los mossos no cerraran colegios electorales, a pesar de que desde el viernes se iban concentrando allí grupos dispuestos a ocuparlos con la excusa de las actividades más insospechadas. El comisario, impertérrito, dijo que su policía no dedujo que esas actividades fueran preparatorias de las votaciones.

El 28 de septiembre, al término de la reunión que tuvieron con la cúpula del Gobierno, y después de que Puigdemont y Junqueras se mostraran impasibles ante las advertencias de que el 1-O podría haber graves problemas de orden público, los mandos de los Mossos se reunieron para ver qué hacían. Así lo contó ayer Molinero. Entre las propuestas hubo la de convocar una rueda de prensa. El comisario no explicó cuál habría sido, exactamente, el contenido de la rueda de prensa. Aunque es fácil suponerlo: los Mossos hubieran advertido a los ciudadanos de los graves riesgos que iban a correr el día 1 de octubre. Pero eso habría supuesto la ruptura del pacto entre el orden y la política. Cuando el abogado le inquirió, casi sin querer, sobre el asunto, el comisario dijo que al final no hicieron la rueda de prensa porque tenían mucho lío.

La verdad, creo que Molinero debió acogerse a la vía del derramamiento y decir, rotundamente, lo que no dijo:

–No. ¡Nunca habríamos enviado a nuestra policía a cargar contra nuestro pueblo!