EL CORREO 12/03/14
TEODORO LEÓN GROSS
La madurez democrática de la sociedad española…», el mantra se repitió una y otra vez tras el atentado del 11-M, en aquellas horas a cámara lenta. Esta ha sido una salmodia recurrente, como el «respeto por las sentencias judiciales», palabrería balsámica contra la realidad incómoda. Retórica ficción. Mientras se ponderaba «la madurez democrática de la sociedad española…» esos tres días destaparon la caja de Pandora en una espiral que envenenaría a la nación. Desde las trincheras de la política y los medios proliferaron aprendices de brujo para corresponder a la orgía de fanatismo de los atentados. Al hacer memoria del 11-M, conviene recordar las grandezas, pero más vale no engañarse: desde ese día, como sociedad, fuimos peores.
Es reconfortante ver cicatrizar alguna herida una década después, pero queda pendiente la autocrítica. Entre la dignidad fúnebre del altar y las urnas del 14-M, se impuso la calculadora electoral. El Gobierno aferrándose a la tesis de ETA ante las embajadas y los corresponsales, y después al negarse a convocar el Pacto Antiterrorista para quedarse a solas en la foto como Giuliani en los escombros de las Torres Gemelas; la oposición desatando una jornada de reflexión incendiaria… Es desagradable verse retratados así, pero, contra la tentación de mirar para otro lado barnizándose de retórica biempensante, es lo que sucedió. Las encuestas se aproximaban al empate y no hubo escrúpulos. La gente no votó con miedo al islamismo sino en un hervidero emocional que polarizó a la sociedad. Y hasta ahora.
La política española cruzó casi todas las líneas rojas: usar el terror para el electoralismo descarnado; lanzar a las víctimas de cuerpo presente contra el Gobierno de turno; insinuar que la oposición había contribuido a maquinar la matanza; negar la legitimidad del nuevo presidente en nombre de la sangre derramada… Un atentado como ese debía unir a la sociedad forzándola a dar lo mejor de sí –como el asesinato de Miguel Ángel Blanco o el 11-S– pero sucedió al revés: sacó los viejos demonios. En pocas horas se dilapidó el patrimonio moral de la unidad ante el terror y la política ha arrastrado el maniqueísmo emponzoñado durante esas horas, el huevo de la serpiente de la negación del rival. La dinámica de insultos de estos diez años se descontroló ahí.
«Aquí yace media España, murió de la otra media» escribía Larra, visionario de la genética autodestructiva de las dos Españas consumada en la incestuosa Guerra Civil que solo remontó con los pactos de la Transición. Y estos caducaron el 11-M. Se puede mirar para otro lado, pero hace falta autocrítica, en los medios, en la política, en todos. De ahí emana el «no nos representan» que ha debilitado la cultura democrática contra la milonga ésa de «la madurez democrática de la sociedad española…». El 11-M supuso un descorazonador ‘selfie’ nacional.