Desencuentros en la tercera fase (II)

ABC 21/04/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

Mas ha elevado la creación de realidades virtuales a la categoría de arte A quien más disgustos ha dado el nacionalismo es a los suyos

Entre lo que aquí doy en destacar semana tras semana, está el nacionalismo como pesadez, disco rayado, florilegio de jeremiadas y antología de bravuconadas. Los nacionalistas imponen sus obsesiones con más tesón que ningún otro grupo humano articulado, del ámbito que sea. De ahí las posibles analogías religiosas. Pujol primero, y ahora Mas (con el triste paréntesis del independentista no nacionalista Maragall y el vaya-usted-a-saber-qué Montilla), han invertido enormes esfuerzos en cosas tales como alterar el significado de las palabras o fabricar expresiones fetiche, giros mágicos que, más que contener sentido en sí, dan sentido al emisor (o eso cree él) al invocarlos. «Derecho a decidir»: un encantamiento.

El problema principal de la secta es que sus jefes, mistagogos del terruño con perfume europeizante, invaden el tiempo de todos, se meten en tu camino, toman a la que te descuidas tu sala de estar, las reuniones familiares, la vida social y aun el raciocinio. Según ha observado alguna vez Alejo VidalQuadras, que los tiene muy estudiados, el deseo último de los nacionalistas catalanes es meterse en nuestro dormitorio, enseñorearse del espacio de nuestros sueños una vez ocupada y derrotada la vigilia.

Comprenderán que tanto afán transformador resulte especialmente irritante para los catalanes que tenemos cosas mejores que hacer, para los catalanes que no necesitamos llenar ninguna carencia personal con emociones de pacotilla ni fervorines patrióticos. Con todo, a quien más disgustos ha dado y va a dar el nacionalismo catalán es a los suyos. Iba a decir que compadezco a los pobres mistagogos, llevados por sus epifanías civiles a entregar sus días y sus carreras a la causa; obligados, si me apuran, a hacerse ricos por Cataluña. Qué decir de los abnegados mandos intermedios, los demiurgos de la Universidad o de los medios, capaces de sacrificar su honradez en pos de una «Cataluña libre» (encantamiento). Libre, sobre todo, de fiscales, de verdadera prensa y de imperio de la ley. Iba a decir todo eso, a verter aquí mis pobres ironías, pero no lo haré. Perdonen, siempre me ha podido la preterición. Lo que si diré, sin retórica, es que Artur Mas ha elevado la creación de realidades virtuales, especialidad pujolista, a la categoría de arte. Con su derecho a decidir, su erección de un Estado propio y su proceso (sea eso lo que sea), ha engañado a tantos que cuando abandone el –digamos– poder dejará tras de sí una resaca dolorosa, una corriente paralizante y auto destructiva, una gran vergüenza, al modo del despertar de aquella orgía de la novela El Perfume. A los mayores les embargará una gran vergüenza; a los jóvenes los sacará de sus casillas. Será un hundimiento moral. Será la Gran Frustración. Maoísmo inverso: el Gran Salto Hacia Atrás. Muchos se han dado cuenta y ahora reculan. Es el caso de dos consejeros que vienen del independentismo del pinyol: Gordó y Puig. Medio gobierno catalán opina ahora que la «consulta» (encantamiento) sólo puede hacerse de acuerdo con el Estado. De repente, no hay frente más dividido y contradictorio que el del nacionalismo catalán. ¿Trabaja realmente Mas por la secesión? ¿De verdad levanta «estructuras de Estado»? ¿Ambiciona romper con España, asumiendo romper Cataluña? ¿O más bien sacó del tarro a los demonios para impresionar, con la intención de devolverlos a su sitio una vez logrados ciertos privilegios? ¿Tiene algún sentido escoger para la secesión un contexto de quiebra catalana, con absoluta dependencia de las finanzas españolas? Los Pujol eran especialmente vulnerables en un ataque de frente al Estado, y don Jordi culpa a Artur Mas de haberlos sacrificado – inútilmente– como peones. Continuará.