Desgarros catalanes

SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Estaba cantado: todo movimiento secesionista que aspire a romper la soberanía de la nación a la que aspira empieza por manifestar su poder disgregador en su propio entorno. Antes que España han roto Cataluña. Recuerden ustedes a Artur Mas, que fue quien lo empezó todo. Sus logros fueron más bien modestos: el primero fue la ruptura de la coalición CiU, sobre la que había gobernado Jordi Pujol, príncipe de latrocinios, tan ufano y tan soberbio. Mas fue el sucesor que le gustaba a la abadesa Ferrusola, por ese aspecto aseadito, como de jefe de planta de grandes almacenes. Él fue el increíble hombre menguante del soberanismo catalán. Su sentido de la estrategia le llevó a convocar elecciones para perder votos y representación en cada intento. Constituyeron la coalición Junts Pel Sí con ERC y la rompieron para constituir Junts per Catalunya entre los restos de Convergència y el PDeCAT, para apoyar a Puigdemont.

No le fue tan mal a Mas. Él puso en marcha el artefacto y consiguió salir impune, pero Albert Rivera, que tenía cogida la medida exacta al mediocre, lo explicó con precisión: «Todo lo que toca lo rompe, lo divide y lo fractura. Quería romper España y lo único que ha logrado es dividir su partido y romper su Gobierno». Mas era sólo el principio. Luego puso su Gobierno en manos de la CUP y, después, degenerando degenerando se llegó a Puigdemont y de este a Torra. Ya no hay quien dé más, podría pensarse después de ver a este sujeto, entreverado de Ignatius Jacques Reilly y Paco ‘el Bajo’, con algunas adherencias del popularAlejandro Fernández, que le restregó el parecido físico: usted se parece más a mí que a un saltador de pértiga noruego. Es un españolazo, como yo.

Recordarán el día en que SchrekJunqueras habló de las diferencias entre ellos y los españoles: «Los catalanes tenemos más proximidad genética con los franceses», y las redes sociales se llenaron de fotos suyas acompañando a las de Alain Delon.

El supremacismo de estos tipos mantiene una relación imposible con los espejos y viene a confirmar un principio antiguo: es mil veces preferible entendérselas con un perverso que con un imbécil. Pocas dudas hay sobre la perversidad de Jordi Pujol Soley, un tipo que construyó una nación para robarla, pero compárenlo con este gordito rubicundo: no hay color ni sentido del ridículo entre sus seguidores. Análoga comparación podría establecerse entre Arzalluz e Ibarretxe.

Después de haber cerrado el Parlamento durante meses, su primer debate reveló la división entre los dos socios del golpe a propósito de los diputados suspendidos por el Supremo. ERC abogaba por que los presos delegaran el voto, pero Puchi consideraba que él es insustituible. Los letrados de la Cámara dijeron que no valía el acuerdo al que finalmente llegaron, pero la Mesa se pasó la opinión de los letrados por salva sea la parte y aquí pau i després glòria. Mientras, en el frente (sic) constitucionalista, Inés Arrimadas tuvo un gesto épico, mostrando al tarado MHP la bandera que nunca conseguirá eliminar de Cataluña y el primer secretari del PSC le afeó la conducta. Así están las cosas y esa es la razón de que tengan mal arreglo.