Miquel Escudero-El Imparcial
Todo el mundo sabe que un buitre es un ave rapaz que se alimenta de carne muerta y que vive en bandadas, pero también se denomina así a la persona presta a aprovecharse de la desgracia de otros y cebarse a su costa; asimismo van en banda. Leo que un antiguo dirigente de Cs vaticina como inevitable la próxima desaparición de su expartido, por supuesto que lo ve con gusto y como algo higiénico; tanta es la hostilidad acumulada contra los que siguen en la brecha. Otros que se han ido lo han hecho por interés profesional, muy bien incentivados por la competencia (el prestigio del dinero y del cargo asegurado), y no pocos -más decentes- se han retirado por un absoluto desaliento, dolidos y con un hondo desengaño.
Es complicado para una organización sobrevivir al trauma de que su líder no sólo tome las de Villadiego -algo bien diferente a dimitir de su cargo-, sino que corra a la sombra del adversario al que quiso desbancar de mal modo, travistiéndose y desorientando de forma irresponsable a propios y extraños. La calculada equivocidad con que se mueve en la sombra política resulta muy dañina para Cs. De eso se trata, de que se pudra el partido que encabezó, llevarlo al desguace para que los partidos de siempre compren en subasta sus componentes. Ese jugador perdió todo crédito para seguir en política, defraudó a conciencia y, por esto, mejor les irá zafarse cuanto antes de su huella. Para lo cual deberían recuperar su espíritu original: apertura, radical cosmopolitismo y sentimiento moderado de pertenencia a un país.
No planteo tanto la preservación de una especie política, por el hecho de ser diferente e irreductible a las otras, como la utilidad que pueda tener para los ciudadanos en general. Me tengo que referir al añorado Centro Democrático y Social (CDS), el partido que fundó Adolfo Suárez hace cuarenta años y que presidió hasta 1991; aglutinaba a los socioliberales (liberales igualitarios que hacen suyos los intereses de los más desfavorecidos) y estaba en la Internacional Liberal (a la que se agregó el término progresista, por petición expresa de ese partido). Recuerdo que el PP de Aznar lanzó una opa contra el CDS de Suárez, tenían prisa por llegar a la Moncloa. Había que incrementar los votos directos, dejar huérfanos a unos votantes y captarlos a continuación. Lo lograron: José María Aznar sustituyó a Felipe González en 1996.
En el algoritmo que se empleó en aquella operación, no sólo se apeló al voto útil, lo que para mí fue suficiente para no dárselo, sino que Aznar se mofó de Suárez al calificarlo de ‘aventurero’. Éste se sintió muy ofendido, recogió el guante de la mala intención y replicó que no le consentía esas palabras. Cuando le vi tan desvalido y fuera de quicio, me hubiera gustado estar a su lado y recomendarle que diera la vuelta a esa voz. En su peor acepción (la que marcaba con fatuidad Aznar), aventurero es alguien que, sin oficio ni profesión, “por medios desconocidos o reprobados trata de conseguir en la sociedad un puesto que no le corresponde”. Ironizando con el denuesto, habría podido decir que asumía la frase del Quijote: “Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible”. Y que, más allá de las etiquetas, él estaba en política para aportar la autoridad moral que dan el rigor y la sensatez, su sensibilidad social y la probada capacidad de llegar a pactos con quien fuera para conseguir estabilidad.
¿Merece, por consiguiente, la pena que reflote un partido afín a aquel que se malogró? Ahora hay mucha gente obsesionada con sacar a Sánchez de la Moncloa. Mi opinión sobre el hacer del actual presidente es muy negativa, está sólo enfocado a prolongarse en el poder, al precio que sea. Ha dicho y hecho cosas irresponsables que, tarde o temprano, pasan una costosa factura social: el descrédito de las instituciones; la obscenidad de contradecirse de forma compulsiva, tomando el pelo con una bobalicona sonrisa cínica; su desbocada afición por la falsedad y la banalidad; y, no se olvide, ha aupado a Vox al polarizar las relaciones políticas con la oposición. En fin, un presidente indeseable.
Cuando Aznar triunfó sobre González, ya no había CDS y él no dudó en pactar con Arzalluz y con Pujol: desapareció la Guardia Civil de Cataluña, se eliminó la mili (años antes, el CDS había propuesto reducirla a tres meses) y se hicieron decisivas concesiones al nacionalismo, especialmente en materia educativa y lingüística; lo que contribuyó a dejar Cataluña atenazada en las redes pujolistas.
A mi juicio, la solución a Sánchez no reside en que le sustituya Casado, con un PP siempre hinchado y voraz. En cualquier caso, y no hay otra, el porvenir de Cs exige dejar atrás querellas internas, la mejora de las relaciones personales y la irrupción de algunas figuras atractivas, convincentes y sólidas; el factor humano es decisivo e incierto, por esto es posible que perdure. Y sería deseable si se pudiera volver a votarles con ganas, como no hace mucho.