ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Sánchez está sentenciado, salvo que el PP lo rescate dando por buena la patraña del cordón sanitario a Vox

Por si la paliza recibida en las urnas el pasado 28-M no hubiese sido suficientemente elocuente, la ovación de la vergüenza tributada por los parlamentarios del puño y la rosa a un Pedro Sánchez endiosado, incapaz de entonar la menor autocrítica, certifica el fin del Partido Socialista Obrero Español. La despedida y cierre de una formación irreconocible, que culpa al electorado de haberse equivocado al votar y reniega de sí misma al abdicar de los principios democráticos inherentes a un partido de Estado, empezando por la aceptación del veredicto ciudadano. El adiós del socialismo que antaño fue capaz de aglutinar amplias mayorías anteponiendo los intereses nacionales a la ambición de un caudillo rodeado de mediocres dispuestos a halagar su vanidad secundando, sin cuestionarla, su deriva enloquecida hacia un populismo suicida.

Sánchez ha destruido al PSOE. Lo ha laminado. Cuando caiga, que caerá, por mucha maniobra rastrera que urda con la pretensión de doblegar la voluntad popular, dejará atrás tierra quemada. Un yermo abrasado y reseco inhóspito para la siembra. Algo peor aún que el escenario autonómico y municipal surgido de las elecciones, donde millares de hombres y mujeres expulsados del maná público se devanan la sesera pensando qué va a ser de ellos. Los líderes históricos de Ferraz contemplan con horror ese paisaje, lo anticipan, tratan de impedir la voladura de su obra. Guerra, González (en la sombra) Redondo Terreros, Leguina… Quienes construyeron una fuerza de izquierdas homologable a los estándares europeos, con líneas rojas inequívocas en lo tocante a la Constitución, asisten atónitos a la pérdida de dignidad de unos compañeros anulados, que carecen de valor para pedir cuentas al responsable de arrastrarlos al abismo. ¿Queda alguien con decencia, coraje e inteligencia en la actual dirección? La respuesta parece ser no, porque de lo contrario ellos no predicarían en el desierto la necesidad imperiosa de apartar del poder al líder causante de tanta ruina y deshonra. Al muñidor de pactos infames con sediciosos catalanes y herederos de ETA, cuyo precio oneroso han pagado los dirigentes de Aragón, Extremadura o Valencia. Al presidente del Gobierno que amenaza a periodistas, elude responder a sus preguntas y ataca la libertad de expresión. Al narcisista ayuno de escrúpulos que apela a «su conciencia» como razón fundada para convocar unas elecciones en plena canícula veraniega, con media España de vacaciones, a ver si así mitiga la victoria arrolladora de un centro derecha que crece a medida que él achica el espacio de sus siglas.

Sánchez está sentenciado, salvo que el PP lo rescate aceptando su marco argumental y dando por buena la patraña del cordón sanitario a Vox. Es comprensible que Feijóo prefiera gobernar a su aire, pero ninguno de sus electores entendería que perdiera la oportunidad de controlar una administración por negarse a negociar y pactar con los de Abascal. Ni uno solo.