Ignacio Camacho-ABC
- Cuando acabe «esto» quedará una economía fundida en negro y una brutal crisis de empleo. Y hará falta un gran acuerdo
Pongamos que sale bien. Que el parón completo de la economía, la «hibernación» que dice María Jesús Montero, ayuda a disminuir los contagios y a bajar antes su pavorosa curva de crecimiento. Es posible que así sea; de hecho se trata de una medida que vienen reclamando bastantes expertos ante la posibilidad de que los hospitales colapsen del todo y se llegue a una cifra inasumible de muertos. En este momento la prioridad son los enfermos, razón de fuerza mayor, y en el plano político el Gobierno necesita, después de tantos errores, apuntarse algún éxito. Pero «cuando acabe esto», esa frase que todos repetimos como un conjuro desde el encierro en el que soportamos con paciencia solidaria una suspensión general
de derechos, habrá que afrontar la realidad de un país cataléptico, con toda su actividad productiva fundida en negro, decenas de miles de empresas y negocios en quiebra y una descomunal crisis de empleo. Entonces no van a bastar las decisiones unilaterales, ni las sabatinas televisadas con discursos muy bien compuestos. Hará falta una estrategia de reconstrucción nacional que sólo se puede articular a través de un gran acuerdo. Y aun así será un proceso doloroso y probablemente lento.
No hay señales, sin embargo, de que Sánchez haya entendido la conveniencia -necesidad más bien- de cambiar de aliados y, como sugieren algunos ministros, empezar a buscar consensos amplios. Si fuera así habría empezado por llamar a la oposición y constituir el frente de emergencia de gran respaldo que la nación está esperando. Lo tiene fácil con PP y Ciudadanos, que han dado el visto bueno al gran cerrojazo contra el criterio de sectores de apoyo tan relevantes como el empresariado. Parece, en cambio, que pretende abordar el combate contra la epidemia en solitario para emerger de ella reforzado en su liderazgo. Olvida que incluso los decretos que va promulgando requieren para convalidarlos de una mayoría que no le garantizan sus socios sectarios, y que el camino frentista conduce de modo indefectible a un ajuste mutuo de cuentas en el medio plazo, a una terrible pelea de muertos arrojadizos y reproches cruzados. La peor receta para salir del marasmo.
Nos ha tocado el peor Gobierno en la circunstancia más dramática. Todas las dificultades que el propio presidente barruntaba en la coalición que terminó armando se han cumplido de la forma más rápida; al primer tapón, al primer compromiso serio, zurrapa. Por mucho que minimice la tensión con Podemos y sus flagrantes problemas de confianza, la continuidad de la agenda del nacionalismo es un precio que no puede pagar esta España sometida a una brutal prueba de estrés colectivo. Más pronto o más tarde, cuando desaparezca el peligro del virus, los españoles reclamarán una recompensa a su sacrificio. Y no puede ser otra que la de un pacto político que los mantenga, siquiera por un tiempo, razonablemente unidos.