Teodoro León Gross-El País
Rajoy no es el primer dirigente español que prefiere desacreditar la democracia española antes que asumir su derrota
Rajoy dejó hecho el balance futuro de Sánchez: «Usted no está en condiciones de formar un Gobierno estable”, “usted no tiene una idea de país”, “usted no tiene respuesta a los retos del futuro”, “usted no puede ser presidente”… Como si quisiera fijar por anticipado el fracaso catastrófico de Sánchez y dejarse ya preparado el juicio que hará algún día: “Os lo advertí”.
Rajoy, como De Gaulle, está persuadido de que tras él sólo puede venir una cosa: el diluvio. Y ese après moi le déluge delata la desconfianza en el sistema tan característica de quienes se presentan como sus mayores adalides. El Estado soy Yo. De hecho, Rajoy se mostró persuadido de ser su garante —estabilidad, unidad de España, constitucionalidad y progreso— y que el Gabinete Sánchezstein destruirá su legado. La cosa sonaba al Apocalipsis de San Juan, con los cielos abriéndose mientras coros de ángeles con grandes trompetas anuncian plagas terribles: desgobierno, inestabilidad, presupuestos en almoneda, España rota… Cierto, hay incertidumbres, pero los excesos siempre tienden a la caricatura.
Rajoy, en sus últimas horas, trató de construir su particular Apocalipse Now con napalm retórico, decidido a deslegitimar la propia moción. Al afirmar que “en democracia gobierna quien gana elecciones” denunciaba que el proceso es antidemocrático; no asume la realidad en una democracia parlamentaria —como ese otro mantra de la lista más votada— y optó por demonizar el artículo 113 de la Carta Magna. En definitiva, se ha salido del Bloque Constitucional. Para él, esta moción es “una gran trampa” y “un gran chantaje”. No es el primer dirigente que prefiere desacreditar la democracia antes que asumir su derrota.
Rajoy ha establecido estos días que “con independentistas no se negocia”. Es la versión actualizada de “con terroristas no se negocia”. Es una estratagema dialéctica mezquina: el Gobierno Aznar negoció con ETA, pero al hacerlo Zapatero era un traidor; y el Gabinete Rajoy ha negociado con independentistas —el propio PNV, el mismo día de los presupuestos, incluía el derecho a decidir en el próximo Estatuto junto a Bildu— pero Sánchez es Judas. Rajoy no se resistió a la tierra quemada.
En definitiva, el presidente pudo optar por la versión unamuniana de Venceréis pero no convenceréis, ahora que tanto se evoca aquello con Millán Astray, racionalizando sobriamente las dificultades a las que se enfrentará Sánchez. Tras impedir un adelanto electoral por temor a Ciudadanos —quizá el factor más determinante para todos en este drama— optó por apelar al miedo y el fatalismo entre chascarrillos jaleados por la bancada de su partido con el automatismo de las risas enlatadas en las sitcom. Si tocaba salir por la puerta de atrás, un alto precio por su tolerancia de años con la corrupción, podía haberlo hecho con más categoría. Su ausencia durante la tarde resultó grosera.
Saber irse no es fácil; pero hay que tratar de dignificar el trance. “Yo voy a seguir siendo español” espetó desabridamente. Y acabar con un gag es siempre una mala idea.