Que la investidura de Sánchez se pacte en Lledoners no puede escandalizar a nadie, porque lo propio de las bandas es hacer negocios en el trullo. El Joker de Moncloa está a punto de concretar el chiste más macabro en la broma infinita de su vida pública. «¡Pero salvó al PSOE del acecho de Podemos!», cacarean las pedrettes, incapaces por amor de entender que el precio que ha pagado su gallo por mandar en la izquierda es la titularidad del corral. El PSOE acabó de morir un martes de noviembre de 2019, cuando su secretario general abrazó al epígono leninista de Anguita para abrirle la puerta del Consejo de Ministros. Ahora un condenado a 13 años por sedición otorgará a Sánchez la gracia de unos meses más de insomnio en su colchón, pero el protagonismo pasará al vicepresidente Iglesias, que devorará diariamente en las teles a su presa. Será una legislatura furiosa y estéril que solo culminará un proyecto, activado el día que Sánchez reconquistó Ferraz: la destrucción de la socialdemocracia española. Su legado.
Forma parte de la paradoja institucional que llamamos sanchismo el destino de precipitar su agonía en la sesión que alumbre su investidura. Será un final operístico, con Cataluña degradada a paraíso del anarquismo callejero, con el paro galopando y Moscovici mandando hombres de negro a Madrid con un maletín y una podadora. Cuando el polvo se disipe, en mitad del escenario aparecerá una piltrafa tumefacta, un cuerpo entre rojo y amoratado que llamaremos sociopodemismo y cuya descomposición empezará al minuto siguiente del desalojo de las nóminas públicas que fueron su única razón de ser.
De ese abono pestilente, sin embargo, podría nacer algo hermoso: un regreso a 1977, a la virtud perdida de la responsabilidad y el acuerdo. Cabe prever para entonces una España extenuada de radicalismo, preparada para echar de menos el centro político que el domingo pasado decidió castigar. Ciudadanos, si hace bien su refundación, gozará de la oportunidad socioliberal que le habrán brindado el abrazo del PSOE a Podemos y el marcaje de Vox al PP. Deberá hacer autocrítica sin comprometer la cohesión, abrazar su función instrumental, fomentar el rearme intelectual y desterrar el infantilismo comunicativo. No será una travesía fácil, pero si Cs fija correctamente ese «nuevo rumbo» al que aludió Rivera en su adiós, un millón de abstencionistas y otros tantos socialdemócratas huérfanos –por citar a Felipe González– encontrarían casa en el carisma nacional de Inés Arrimadas escoltada por el contraataque liberal de Luis Garicano. Se abriría al fin el tiempo de la restauración de lo destruido y la reforma de lo anquilosado, mientras el PSOE se purga contrito los restos de sanchismo.
Entretanto, damas, caballeros: toca organizar la resistencia.