JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Habrá que hacer lo que todos sabemos; algo que, salvo excepciones, se evita mencionar. Pero a medida que avance el año conviene ir dejándolo claro

Pasará el año sin darnos cuenta y, tras las elecciones generales que va a perder Sánchez, vendrán el ruido y la furia. Así verá la vida al déspota una vez liquidada su hibris. Que retroceda unas líneas en el celebérrimo pasaje shakespeariano: «La vida [es] un mal actor, que se pavonea y se agita una hora en el escenario, y después no vuelve a saberse de él».

En 2024 habrá que enderezar la libertad, más torcida que la contorsionista del Circo Price desde que Sánchez se propuso liquidar unas cosillas: la independencia de los jueces, la imparcialidad del TC, la naturaleza de una soberanía que él y los suyos han arrebatado al pueblo español, han reubicado en el Parlamento y han supeditado a mayorías absolutas. Las contorsiones del sistema para adaptarse al sanchismo han descoyuntado articulaciones indispensables para seguir creyendo en el 78. ¿No cree usted en el 78? Entonces tendrá que esperar mucho tiempo, ya que fuera de la voluntad constituyente no hay camino legítimo, ni se vislumbra una mayoría suficiente para la reforma total de la Constitución, o para una parcial que ataña a sus fundamentos.

Esa eventual reforma la prevé el artículo 168, y obliga a recorrer este camino: dos tercios del Congreso y del Senado, disolución de las Cortes, otra vez dos tercios en las dos nuevas Cámaras, y luego un referéndum. La reforma de lo fundamental es la que el sanchismo ha acometido sin pasar por los requisitos de la Carta Magna. Por las bravas. Sin consensos, con mayorías no cualificadas, diseñando un sistema que será el de media España frente a la otra media. Como si la experiencia de la Segunda República no hubiera servido de nada.

Habrá que hacer lo que todos sabemos; algo que, salvo excepciones, se evita mencionar. Pero a medida que avance el año conviene ir dejándolo claro. Dicho de otro modo, los electores que deseen sacudirse el sanchismo premiarán a quien lo deje claro. ¿Y qué es? Evidentemente, la derogación de las principales leyes aprobadas en los últimos años.

Hay dos maneras de presentar esta necesidad, dos maneras de decir lo mismo, y aquí entramos en cuestiones de marketing político, en el poder del lenguaje para persuadir, para que un mismo mensaje despierte ilusión o miedo. Primera manera: hay que demoler la obra del sanchismo. Segunda manera: hay que reconstruir lo demolido por el sanchismo. Les parecerá una tontería, pero al elegir envoltorio para el mensaje central y decisivo nos podemos jugar la pervivencia del Estado democrático de Derecho. «Voy a demoler ‘x’» suena alarmante, y quien escoja esa opción le estará haciendo un inmerecido regalo al sanchismo, que presentará a su alternativa como un proyecto de destrucción. «Voy a reconstruir ‘y’» suena esperanzador, y además permite neutralizar acusaciones y críticas reivindicando sencillamente el derecho de cada Gobierno a seguir su modelo, dentro del respeto a la Ley de leyes.