IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El relato electoral sanchista pretende ignorar al elefante que se pasea por el salón rompiendo jarrones institucionales

A finales del ejercicio recién concluido, Sánchez dirigió a los militantes de su partido una carta de balance, al modo de las epístolas paulinas, con las verdades evangélicas que deben extender en su labor de apostolado socialista. El país avanza, la inflación baja, la crisis termina, el Gobierno protege a las clases menos favorecidas, Feijóo es malo e inútil, la derecha incumple la Constitución por no renovar la cúpula de la justicia y se empeña en obstruir con artimañas y zancadillas el imparable desarrollo de este feliz período progresista. La misiva enumeraba también las leyes que están haciendo de España un paraíso de modernidad y de protección a minorías oprimidas, y prometía continuar en 2023 por la misma vía de bienestar frente a cualquier tentación regresiva. Eso sí, no había una sola línea de referencia a las reformas penales a medida y beneficio de los líderes separatistas ni una mención a los socios que inspiran y sostienen su política.

Ese mensaje a los afiliados constituye el núcleo del argumentario oficialista para el ciclo electoral de este año. Una versión de aquel «España va bien» de Aznar, un panorama edulcorado del que ha desaparecido por ensalmo cualquier asunto susceptible de reverberar en la opinión pública con eco antipático, en especial las poco comprendidas –y menos apreciadas– relaciones con los aliados. El esfuerzo por ningunear a esa especie de elefante que se pasea por el salón del sanchismo derribando jarrones institucionales a trompazos va a ser la clave del relato, cuya difusión requiere una maquinaria propagandística movilizada a todo trapo. El éxito de la misión, improbable pero no imposible, depende de que el aparato de poder logre imponer su marco y convencer a sus electores de que han mirado la realidad con un enfoque equivocado. Que el ‘procès’ se ha diluido con los indultos y las rebajas penales, que han sido unos jueces fachas quienes han sacado a un montón de violadores a la calle, que Bildu es sólo un partido más de izquierdas, que los precios están volviendo a su cauce y que la economía se dirige a una fase pujante.

Se trata, en resumen, de un debate entre la experiencia y el olvido, entre la memoria y la confianza, entre la percepción propia y la inducción publicitaria. La actual mayoría cuenta con una base natural de apoyo asentada pero ya insuficiente si no consigue reincorporar al segmento social que se ha desenganchado en la última etapa. A esas capas menos ideologizadas ante las que el presidente se ha ido revelando como un político sin palabra, sin la mínima empatía para despejar la creciente ola de suspicacia. Esos ciudadanos son los que van a arbitrar las dos elecciones que vienen; su voto basculante resolverá quién gana y quién pierde. Tendrán que decidir en qué creen, si en lo que han visto con sus ojos o en lo que le pinta «el Gobierno de la gente».