TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • Las víctimas de ETA críticas con el Gobierno son conscientes de que incomodan a los dirigentes socialistas

Un alto en el camino. Entre los ruidos de la campaña electoral catalana y el trasfondo de la vacunación contra el Covid, ha irrumpido el calendario que nos devuelve las fechas marcadas con un punto negro allá donde ETA dejó su macabro sello durante más de cuarenta años. En realidad todos los meses están repletos de días luctuosos. Pero en febrero coincidieron demasiado mártires. Desde el catedrático y expresidente del Tribunal Constitucional, Francisco Tomás y Valiente, hasta el ingeniero de la central de Lemóniz, José María Ryan. Muchas otras víctimas. Las familias de Fernando Múgica, Joseba Pagazaurtundua y Fernando Buesa siguen homenajeando a los suyos, haciéndose un hueco en medio de la bruma de la disputa partidaria. El pulso entre quienes sostienen que las víctimas críticas con los gobiernos (socialistas y PNV) están siendo «utilizadas» mientras que los partidarios son los que honran su memoria. Lamentable.

Conviene recordar. Para conservar la historia y que no se manipule. Para que no ‘cosifiquen’ a las víctimas en un largo listado de nombres como si fuera una antigua agenda telefónica. Son recuerdos tan necesarios como incómodos para quienes desde las instituciones esperaban de las víctimas docilidad y silencio.

Los Múgica y los Pagazaurtundua han compartido ya dolor y agenda. Y el reto de que no se tergiverse la historia. Porque la mera ocultación de la información sobre los años de plomo es una forma de faltar a la verdad.

¿Tiene sentido una exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao sobre Lemóniz sin que aparezca ETA, por ejemplo? La cruzada antinuclear de la banda se llevó por delante a cinco personas, como acaba de recordar el historiador del Centro Memorial de las víctimas del terrorismo, Raúl López Romo. Cuando ETA secuestró al ingeniero Ryan exigió nada menos que la demolición de la central en siete días a cambio de su vida. El trágico desenlace lo conocemos todos.

El mayor de los Múgica Herzog, José María, durante la ofrenda en la placa ubicada en la calle donde su padre cayó abatido hace ahora 25 años, quitó la capa de maquillaje a la izquierda abertzale. «Aquellos que practicaron ese terrible oficio de matar, a los que les jaleaban… hoy tienen sus legatarios, sus seguidores. Hoy eso se llama Bildu».

Estas víctimas saben que no están solas cuando exponen su indignación. Pero son conscientes de que incomodan. Bildu es «un partido como los demás», decía Aitor Esteban a pesar de la guerra que se ha desatado en Euskadi entre el partido de Ortuzar y el de Otegi. Bildu, «con más sentido de la responsabilidad que el PP», según el ministro Ábalos.

Después de ETA ha quedado el terreno contaminado. Porque Bildu, instalado en la moqueta parlamentaria con la llave en la mano para poner y quitar gobiernos, sigue justificando su macabra historia. Sabe Maite Pagazaurtundua que cuando dice que «el PSOE está comprando muy barato el blanqueamiento del pasado de HB» enoja a sus antiguos compañeros de partido. Porque ahora pactan con los «lobos antidemócratas» como ella los llama. Son víctimas íntegras que se merecen un respeto y que se han llevado decepciones. Con el ministro del Interior, Grande-Marlaska, por ejemplo. Que recela de las subvenciones que concede a los colectivos de víctimas y quiere que, a cambio de las ayudas, el ministerio esté presente en todos sus actos.

Como si se tratara de una transacción comercial. Una manera poco sutil de coaccionarlas. «Ya no basta con contar la verdad, también hay que destruir las mentiras», dijo Javier Cercas tras recibir el premio Francisco Cerecedo de Periodismo hace dos años. En eso estamos.