EDITORES-Eduardo Uriarte Romero
Sea por el uso de las nuevas tecnologías mediáticas, sea por el nivel cultura de nuestra actual sociedad, hijo del académico, sea porque ha tenido la fortuna de no tener que descubrir la trascendencia trágica que el deterioro de la política puede entrañar, la opinión pública asiste con una escandalosa pasividad a los caprichosos, si no arriesgados, comportamientos de sus representantes políticos. Quizás éstos estén en consonancia con el nivel de idiotez política de sus electores, pero debo confesar estar llegando al límite de mi capacidad de asombro ante las ocurrencias y decisiones de nuestros líderes, y padecer cierto desprecio por una sociedad tan ingenua, pasiva, hasta frívola, y, por ello, con todas las características para que estalle cuando de repente se sienta ofendida.
No es sólo preocupación ante unos niveles críticos de descuartizamiento político al que el país está llegando, riesgo de secesión por varios puntos de su geografía, regionalismos caciquiles e insolidarios surgidos ante el ejemplo del aprovechamiento que los nacionalistas extraen del poder central, ruptura política reclamada por la extrema y no tan extrema izquierda, y, finalmente, el partido que surgía para la regeneración y posibilitar la bisagra constitucionalista se pone tantas líneas rojas que a la hora de la verdad, a la hora de la política, parece una estatua, el convidado de piedra, Ni bisagra, ni regenerador, ni nada.
Los acontecimientos se están sucediendo con celeridad, confirmando las peores previsiones desde el punto de vista de la defensa de la estabilidad política, y es posible que los hechos dejen desfasadas estas líneas, pero como lo importante es reflexionar sobre los acontecimientos es la razón por la que las mantengo.
Problema de inmadurez
El papel que Ciudadanos parecía iba a jugar en la política española, instrumento para la regeneración y apoyo del partido mayoritario que le posibilitara no depender de los nacionalismos periféricos, se ha ido frustrando. Especialmente en el segundo aspecto, el llamado papel bisagra, cuando tras la fórmula de gobierno en Andalucía, PP-C’s y apoyo de Vox, apareció proclamada por el PSOE la existencia de un bloque de derechas. Pero la opinión pública no ha tenido presente que el bloque de izquierdas se gestó con anterioridad, formalizado en la moción de censura a Rajoy en la que Sánchez acaudilló un movimiento en el que casi todos sus partícipes tienen como meta echar abajo el régimen constitucional del setenta y ocho. La dinámica frentista la inauguró Sánchez, maestro en achacar responsabilidades a los demás, y Ciudadanos muy ingenuamente se vio atrapado en un frente, incluso es posible que lo apreciara para ponerse al frente de uno de los bandos superando al PP, lo que le apartó aún más de sus iniciales planteamientos políticos.
En cierta manera fue algo semejante a lo que padeciera UPyD. En el discurso, forjado en el movimiento cívico frente al nacionalismo y la impostura de los partidos tradicionales, la cosa funcionaba, pero fallaba en sus relaciones internas, primer test de su capacidad como partido político. Y ese mal funcionamiento interno se agrandaba a la hora de perfilar su relación con la sociedad y generar sus programas, adoleciendo éstos de un cierto nivel de sectarismo hijo de lo que fue su militancia cívica. Debía de dar el salto de la denuncia testimonial y del activismo a la política, y en ésta las relaciones con los demás, con los otros partidos y colectivos, es fundamental. Realmente es la política. El patrimonio cívico que tanto UPyD como C’s han aportado es muy importante, pero éste se tiene que utilizar de otra manera en el salto a la política si no se quiere se convierta en un pesado lastre. C´s cayó en la estrategia de los frentes diseñada por La Moncloa, y a Rivera incluso le gustó porque quiso jugar a ser el jefe de la oposición de la derecha.
Bien es cierto que al enunciarse como alternativa al bipartidismo, y especialmente al PP, a Ciudadanos le cayó encima toda la artillería mediática procedente de la izquierda y la derecha, y mientras el PSOE erigía su campaña agitando el fantasma de la derecha, de la extrema derecha, sazonándolo de memoria histórica y guerracivilismo, el PP y C’s se daban palos entre ellos como si el adversario a batir fueran ellos mismos y no el inquilino de la Moncloa. C’s centró demasiado su campaña en convertirse en el líder de la oposición, por lo tanto, el adversario a batir era el PP, y fue incapaz de aceptar el apoyo necesario, si realmente quería un cambio político, que significaba Vox.
No debió obsesionarse con batir al PP, debía haber seguido denunciando la política entreguista de Sánchez ante el secesionismo, debía de haber propuesto su derrocamiento del Gobierno, y debía de haber justificado la necesidad de apoyarse en una fuerza emergente de extrema derecha como Vox. De extrema derecha en el contexto político actual, pero no inconstitucional ni rupturista como Podemos y los nacionalismos periféricos, incluido el PNV -que antes, como buenos carlistas, se cortarían un brazo que aprobar una constitución, dijo Arzallus-.
Vox es bastante más presentable en el seno de la democracia constitucional que los partidos que le van a permitir la investidura a Sánchez. Pero C’s se dejó llevar de la moral de la izquierda y de un liberalismo europeo que desconoce la naturaleza de nuestra extrema izquierda y las veleidades inconstitucionales de nuestra particular socialdemocracia, más socialsindicalista que socialdemócrata. Y así, porque ya estamos acostumbrados por el uso de las alianzas que el PSOE ha hecho con populistas antisistema y nacionalistas, incluido Bildu, se aceptan esas alianzas sin excesivo escándalo, cuando cualquier atisbo de relación con Vox eleva la denuncia del sanedrín de la izquierda a pesar de que es difícil descubrir en ella posicionamiento anticonstitucional flagrante, no como en los aliados del PSOE.
Falta de coraje, cierto precipitado oportunismo que le arrastró a la trampa, y bastantes complejos, es lo que ha permitido la contradicción de que C’s pugnara por el poder, o el cambio político, rechazando la posibilidad del apoyo necesario que supone Vox. Menos mal que está el PP y que C’s no ocupa su lugar, pues en el caso de que lo hubiera ocupado la posibilidad de alternancia, incluso de política desde la derecha, se paralizaría.
La teoría del mal menor. O todo depende del color del cristal por el que se mira.
Es muy posible que procediendo del socialismo francés, ideológicamente mucho más plural y rico que el español, aunque hoy esté en plena quiebra superado por el populismo de izquierdas, Valls viera en C’s la posibilidad de apuntalamiento del socialismo español. A la vez intentaba crear una nueva plataforma de encuentro democrático procedente de los girones que el socialismo actual ha dejado en el camino, todos ellos de la generación de la Transición, y de catalanistas y nacionalistas moderados. Empeño realmente ejemplar si el enfrentamiento entre los partidos no hubiera ido ya demasiado lejos.
La crisis final que ha acabado en ruptura entre Valls y C’s es argumentada por éste desde el mismo punto de vista de cualquier socialista de pro: hay que levantar un cordón sanitario respecto a Vox, hay que fortalecer a la izquierda, y hay que dar cabida a catalanistas, que se dice los hay, que estén dispuestos a volver al juego constitucional. Esto último, en el nivel de presión que ejerce el nacionalismo sobre la población lo veo casi imposible, de hecho, no ha recogido de ese mundo, que se sepa, ningún mirlo blanco.
Es evidente que su visión de la política española pasa por el cristal de la izquierda, lo cual está muy bien y es legítimo, pero además existe en él un impulso romántico que procede de su ascendencia cultural francesa. Lo franceses tienen el problema de mirarnos a los españoles desde Francia, desde la cultura y parámetros políticos franceses, lo que supuso el fracaso, desde el yerno de Marx a todos los apóstoles socialistas franceses que por esta tierra de carlistones y sus especulares adversarios de la izquierda, el anarquismo, han pasado.
Las dinámicas grupales son mucho más emotivas que al otro lado del Pirineo, donde el cartesianismo hace gala en cualquier politólogo que encontremos. Valls se empeñó en una gran aventura desde sus posiciones socialistas y, de repente, se encuentra al lado de Ciudadanos al otro lado de la barricada. Por eso votarle a Colau sin excesiva complicación lo considera el mal menor, en una Cataluña donde es muy difícil encontrar males menores. Tengo que reconocer que yo me hubiera inclinado por lo que él ha hecho, pero tenía que haber tenido en cuenta cuando se acercó a C’s lo mucho que le pesa a éste las cuestiones de principio proviniendo de un movimiento cívico contestario no sólo ante el nacionalismo sino contra la pasividad del PSC. El principismo patriótico español es un obstáculo para la política, más si el que la quiere ejercer proviene de Francia.
Quizás Rivera, a la búsqueda de fichajes rutilantes para su escenario, no fuera consciente del peso de la experiencia y vivencias de Valls ante la política española. No es como los socialistas españoles que han abandonado el PSOE desde que Zapatero empezara a menoscabar los fundamentos constitucionales con el nuevo estatuto catalán o la larguísima negociación con ETA. Los socialistas que se escapan del PSOE llegan escaldados de las políticas rupturistas que éste ha desarrollado en los últimos años y no valoran como un mal menor proceder a expulsarlo del poder. Un poder que supondrá con Sánchez mayores concesiones a los nacionalistas y políticas fiscales y económicas frívolas y bolivarianas. Y, sobre todo, la promoción del foso guerracivilista de las dos Españas, porque la única cuestión clara que sostiene el socialismo actual es la profunda maldad de la derecha española. Este es un panorama poco francés y difícil de comprender por cualquier espíritu cartesiano que se precie.
Mal menor para otros es apoyarse en VOX para echar a Carmena del Ayuntamiento de Madrid, mal menos es seguir apoyándose en Vox para evitar que el sanchismo (no hay más que observar el culto a la personalidad que se le otorga desde las filas y medios socialistas para hablar con precisión de este concepto) aumente su espacio de poder en otras instituciones locales o autonómicas, máxime cuando en muy pocas fechas vamos a asistir a ofensivas muy fuertes de los nacionalismos. Como se puede apreciar, todo depende del color del cristal con que se mire, que no es de Victor Hugo el poema sino de Campoamor.
Por su cara bonita.
El encargado de formar Gobierno y presidirlo es Sánchez, y sería un signo de seriedad que obtuviera los suficientes apoyos parlamentarios que permitiera la estabilidad política. Teniendo en cuenta que su formación está lejos de la mayoría absoluta tendría que ser él quien buscara el apoyo de otros grupos parlamentarios, como mandan los cánones. Las formas al uso requerirían que un programa de gobierno presentado a los posibles aliados le otorgara la mayoría suficiente para ser investido presidente. Pero lo que no puede hacer el candidato, cual pretendiente carlista, es esperar adhesiones gratuitas, especialmente de una fuerza constitucionalista como C’s sin expresar nada de lo que piensa hacer desde el Gobierno. El encargado de formarlo es Sánchez, y si no lo consigue el fracaso será suyo.
Si el apoyo que Sánchez desea es de naturaleza constitucional es evidente que éste debiera realizarse bajo programa, llegando a los acuerdos mínimos sobre él. Pero si recibiera apoyo sin programa explicito alguno éste vendría del lado rupturista, que esperan de la presencia de un líder como Sánchez tanto las iniciativas izquierdistas como concesiones al secesionismo. El apoyo que más probabilidades tiene de producirse, habida cuenta la trayectoria anterior del líder socialista, es este segundo. No habrá apenas discurso programático, el programa en sí será el apoyo de las formaciones rupturistas.
Haría mal, sin embargo, C’s en enrocarse en su poco liberal rechazo a negociar y abrir la posibilidad de asumir un acuerdo de gobierno con Sánchez. Primero, porque las formas parlamentarias obligan. Segundo, porque no es coherente en una formación que se declara liberal el rechazo a una negociación de investidura. Tercero, porque ante la opinión pública es un error justificar por una cerrazón previa la huida a la izquierda y al separatismo del candidato a presidente. Las intervenciones de Inés Arrimada rechazando una y otra vez el apoyo a Sánchez antes de cualquier encuentro con éste entraña un comportamiento prepolítico muy burdo, consecuencia de los orígenes cívicos del partido. Es un error.
C’s debe de negociar con sinceridad y ahínco la posibilidad de constituir una mayoría social liberal en las Cortes, y si es posible en el Gobierno. El alejarse de este compromiso supone favorecer la constitución de una mayoría para la ruptura política. Otra cosa es que Sánchez esté esperando que se le apoye por su cara bonita, él es el encargado de llevar adelante y con éxito, si es posible, la negociación cara a su investidura. El peor servicio que podría hacer C’s a la sociedad y a sí mismo es rechazar por principio la negociación de investidura de Sánchez. Podría ser el harakiri político como en su día se lo hiciera UPyD.
Ahora bien, como dice Ignacio Varela, “si Sánchez hubiera albergado la menor intención de atraer a Cs, habría formulado la muy sensata propuesta de un acuerdo de gobierno socialdemócrata-liberal sostenido por 180 diputados” (El confidencial, “Por qué Iglesias dice Coalición y Sánchez Colaboración”, 21,6, 019), pero es evidente que quiere otra cosa, su investidura por toda la bancada que está en contra de la Constitución. Quiere ser el caudillo del grupo Frankenstein, sólo desea la investidura, le sobra la estabilidad política y hasta el Gobierno.