23/05/16 – EDUARDO ‘TEO’ URIARTE
· Ha sido precisamente Zapatero, el presidente que no tenía Nación y que desenterró el enfrentamiento, el que en Venezuela ha tenido que usar las dos palabras malditas para España en una excelsa máxima democrática: diálogo nacional. Quizás porque nuestro expresidente crea que esta gran divisa de convivencia política sólo sea aplicable, como la manguera, cuando el incendio asola el sistema. Posiblemente no entendió, cuando ejercía, que hay que tenerla presente en todo momento si lo que queremos es pervivir en democracia. La democracia es un sistema muy delicado, y creyó que nuestro sistema, porque le aguantaba a él, lo aguantaba todo. Y así nos va.
Pero pudiera suponer algo peor. Ahora que el Chavismo vive su ocaso, acosado por una ciudadanía desesperada –aquello si que es desesperación- se le ocurre ir con un discurso democrático para salvar al dictador. Porque mientras éste perseguía a sus oponentes, al contrario que González, poco se preocupó en reclamar públicamente ese sagrado diálogo. Pero si es que de verdad, diálogo nacional mediante, ha abandonado su infantil izquierdismo –redundancia innecesaria- que tanto tiene que ver con este populismo dominante, bienvenido a la política, a la de los conceptos básicos y necesarios.
Bueno es, también, que Sánchez ésta vez, antes de empezar la campaña propiamente dicha, haya ido a Alemania y no a Portugal. A ver si aprende algo de aquel sistema de convivencia. Pero a poco que se ha filtrado algún rumor sobre su posible disposición en esta ocasión, de llegar a acuerdo con el PP, desde su sede ya han salido comunicados desmintiéndolo. ¿Por qué en Venezuela se reclama como digno el diálogo y aquí no? Las respuestas pueden ser múltiples, pero una, la más probable, es la que en Venezuela el que va a caer es “de los nuestros”, y la única salida es el diálogo. Mientras tanto, aquí se prosigue con el discurso “largocaballerista” de lucha de clases como en la II República, creyendo que es rentable electoralmente.
Al final uno descubre, sistema constitucional aparte, existencia de contrapoderes, y todo eso que en un sistema político es lo que quieren y hacen sus partidos y las élites que les acompañan, tanto en la judicatura, como en la economía. La realidad política es la que nos han traído los partidos, siendo tan fuerte su acción que es imposible entender un sistema político si no entendemos sus partidos. Es más, el consagrado teórico Maurice Duverger llegó a constatar que el sistema norteamericano sería imposible que sobreviviera si no es por la idiosincrasia de sus dos veteranos partidos, y añadía: “Si los partidos americanos tuviesen la misma estructura rígida que los partidos británicos, el régimen político de los Estados Unidos quedaría completamente transformado”. Extrapolando la afirmación podríamos concluir que los problemas que padecemos en nuestra vida política no es producto del marco jurídico político, de esa Constitución a la que se le echa la culpa, sino del comportamiento, de la forma de ser, de nuestros grandes y viejos, por anquilosamiento, partidos.
De esta cuestión debiera tomar buena cuenta Ciudadanos, si quiere cambio tranquilo y regenerar la política. Porque tal regeneración no se realiza sólo con el discurso, tan brillante como concentrado en muy pocos líderes, sino en la organización y formas de comportamiento que debiera ser diferente a lo que algunos aprendices de sátrapas están llevando a cabo en diferentes territorios. Si hoy el PSOE o el PP son lo que son, y sus discursos también, si su comportamiento es tan alejado de la sociedad, es porque su estructura, su organización, ha modulado sustancialmente a ambos, incluido el discurso, y no podemos esperar que una estructura feudal acabe posibilitando colectivos con sensibilidad democrática.
Lección que Ciudadanos, una vez que ha pisado moqueta tiene que hacer suya, porque, aunque sea difícil constituir una organización en un colectivo de aluvión, la tentación al autoritarismo organizativo y el recurso a la disciplina le va a conformar como un partido como los anteriores, ante los que se constituye como alternativa. Ninguna fuerza democrática regeneradora puede limitar los derechos de ciudadano alguno por mucho que milite bajo unas siglas. Eso era propio de los partidos doctrinarios de la primera mitad del siglo pasado, donde se inspiraron tanto el PSOE, que sólo tuvo que prolongar su tradición organizativa, como el PP, que la imitó de los partidos conservadores. Pongan, pues, rápidamente atención a la organización, porque ésta acabará dominando el discurso.
23/05/16 – EDUARDO ‘TEO’ URIARTE