Kepa Auestia-El Correo

El Gobierno Sánchez anunció ayer que, finalmente, sigue con su plan para Cataluña. Reunión del presidente con Torra en el Palau de la Generalitat el 6 de febrero, y encuentro negociador entre las delegaciones de ambos ejecutivos antes de las elecciones. La cuestión es dialogar -o hacer que se dialoga- aunque no se sepa exactamente para qué, y ni siquiera con quién se está hablando realmente en cada momento. Cuando Pedro Sánchez presentó su gobierno como un ejecutivo «de acción» se refirió a la gestión empresarial en tanto que modelo a seguir. Sin embargo, más allá de sus intenciones programáticas, la acción emprendida por el presidente reivindica el diálogo como recurso mágico. A ambos lados de la mesa de negociación entre el PSOE y ERC ha cuajado la idea de que «hacer política» es dialogar. De modo que bastaría con dialogar entre diferentes para salir de los atolladeros a que habría conducido la ‘no política’. Solo que cada uno de esos diferentes rehúsa dialogar consigo mismo. Oriol Junqueras mostró esta semana una versión moral del diálogo cuando en la comisión parlamentaria sobre el 155 confesó que «se muere» por dialogar con sus adversarios. Pero resulta muy arriesgado trasladar convicciones de fe al ámbito de la política, porque acaban en pura farsa.

El diálogo es causa y efecto del mutuo reconocimiento. Pero su ejercicio no asegura un resultado acorde al interés común. No si se carece de una voluntad compartida por alcanzar ese acuerdo posible, y prevalece el ánimo por subrayar la identidad propia en el contraste con los demás. El independentismo catalán más dialogante, el de ERC, ha llegado a admitir que los secesionistas no cuentan con la mayoría necesaria para desconectar Cataluña del resto de España. Pero solo eso. Únicamente algunos de sus dirigentes se atreven a ir más lejos. Por resumir, la mayoría de ERC opta por el mantenimiento de la comunión independentista bajo su propio liderazgo, en vez de seguir sometidos al dictado post-convergente. Solo una minoría del partido de Junqueras se inclina abiertamente a favor de sustituir la mayoría parlamentaria independentista por otra alternativa y transversal. El ‘dialoguismo’ de Pedro Sánchez trata de abrir paso a la legislatura mediante la promoción inducida de ERC como representante genuino, insobornable y solvente del independentismo histórico. Olvidándose de que fueron Marta Rovira por acción y Oriol Junqueras por omisión los causantes directos del desastre que se produjo entre el 26 y el 27 de octubre de 2017. La magia del diálogo no lo puede todo en una Cataluña en la que nadie está dispuesto a hacerse cargo de nada de lo posible.