“Diez negritos” en versión de Rajoy

EL CONFIDENCIAL 05/07/14
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

Una de las mayores incorrecciones políticas del momento consiste en opinar sobre Rajoy en términos distintos a los que se refieran a su dontancredismo. Se trataría, en consecuencia, de un presidente del Gobierno simplemente tozudo, resistente y autista que consigue algunos éxitos por mera casualidad. Un sector de sus electores se muestra especialmente irritado con el presidente del Gobierno. Muchos electores se sienten traicionados por las políticas “socialdemócratas” (sic de Esperanza Aguirre) del ministro Montoro, otros por la ausencia de un discurso político-ideológico y la práctica tecnocrática de su Gabinete y no faltan quienes le consideren simplemente como el tuerto en el reino de los ciegos. Y los hay que, en un ejercicio de reduccionismo intelectualmente indigente, sostienen que el PP y el PSOE son y representan lo mismo: “la casta” extractiva y corrupta que no permite que la democracia en España sea real.

En otras ocasiones ya he cantado la palinodia respecto de estas consideraciones. Pensaba que Rajoy era un político inerte. Y sin embargo, ahora ya no lo creo tanto y he regresado a considerar alguna de las virtudes que le observaba durante su segunda etapa en la oposición (2008-2011), aunque no se las detecté en la primera (2004-2008), entregado como estaba a la estrategia de Zaplana et alii en el estéril empeño de convertir el 11-M en lo que no fue. Dicho lo cual, no es posible suponer que Rajoy sea ni un político carismático, ni un dirigente renovador. Es hombre ya perfectamente perfilado por el sociólogo José Luis Álvarez (Seis presidente españoles) según el cual, el gallego recibiría un caluroso aplauso de Maquiavelo porque domina los tiempos y administra su propio desgaste con una avaricia extrema para lo cual se mantiene a una distancia de seguridad permanente de los medios de comunicación y de los denominados lobbies, sean empresariales o de otra naturaleza.

La característica más relevante de Rajoy, sin embargo, consiste en su capacidad para optimizar los errores ajenos, mientras pretende un efecto sólo razonable de los aciertos propios. Esta rentabilización de los yerros de los demás ha propiciado que en lo que llevamos de legislatura, el presidente del Gobierno haya cambiado -por incomparecencia o desaparición- a buena parte del elenco de personas relevantes en la vida pública española. Es como en la novela de misterio más célebre de la historia de la literatura: Diez negritos de la británica Agatha Christie. La autora va haciendo desaparecer a sus personajes uno a uno, fatalmente y sin remisión.

Un hombre altivo
Mutatis mutandis, Rajoy parece el ejecutor de sus particulares diez negritos. No es una casualidad que el Rey Don Juan Carlos I haya abdicado bajo el mandato de Mariano Rajoy que le ha ofrecido una mayoría absoluta como colchón para dar un salto sucesorio imprescindible. Nadie podía suponer hace un par de años que Alfredo Pérez Rubalcaba estaría de vuelta a la Universidad para el curso académico 2014-2015 y que Cayo Lara haya resignado su poder -aunque formalmente no ha abandonado el sillón- en uno de los jóvenes cachorros de IU. Tampoco parecía previsible que aquel cardenal de Madrid que permitió que desde la COPE se le vejase con expresiones de doble filo, acabase a las puertas de una capellanía de un convento de clausura, sin pisar la Moncloa ni asumir responsabilidad alguna en la Santa Sede.

También parecía poco probable que Pedro José Ramírez sería descabalgado de la dirección de El Mundo, el periódico que durante meses y meses hostigó al presidente con Bárcenas y con algo más que Bárcenas. José Antich, en La Vanguardia, y Javier Moreno, en El País, tendrán de continúo en su memoria que fueron desplazados de las direcciones de sus respectivos diarios  bajo la primera legislatura del gallego. Y José María Aznar no podrá dejar de reconocer que el rocoso Rajoy, en definitiva, su delfín, le ha soportado el pulso mucho más allá de lo que él podía suponer aunque está por ver que determinadas carencias señaladas por el ex presidente no se conviertan en agujeros negros de la gestión del PP en estos años. Por su parte, Magdalena Álvarez, que se ha quedado sin la vicepresidencia del BEI, le tendrá al de la Moncloa en sus oraciones.

Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón -ambos dieron quebraderos de cabeza a Rajoy- escribirían –imagino- un auténtico centón sobre lo que piensan del presidente del Gobierno y de su estrategia de dejar que la lideresa se ahorcase con su propia cuerda y que el ministro de Justicia se encuentre en una valoración ciudadana que arruina -con la salvedad de que en política casi todo es reversible- su futuro político. Por no hablar de Paco Camps y compañía, cuyo recuerdo se pierde en la noche de los tiempos políticos. Añadan: Francisco Álvarez Cascos, Alejo Vidal-Quadras, María San Gil… y así hasta una decena de militantes relevantes del partido que ya no lo son.

A Rajoy le queda Artur Mas. Y le está aplicando al presidente de la Generalitat de Cataluña la misma terapia que a sus demás adversarios: tiempo de maceración y optimización de sus errores. El hecho de que muchos pensemos que en el tema catalán el presidente del Gobierno bien podría estar equivocándose al optar por la política estatuaria en vez de otra proactiva, no permite sostener que Rajoy carezca de estrategia. La tiene pero es muy especial, un tanto esotérica y, desde luego, muy altiva. Porque Rajoy es -aunque parezca lo contrario- extraordinariamente altivo, despectivo en su aparente normalidad de tono y temperamento, en esa imperturbabilidad que dota de igual énfasis el anuncio de la abdicación del Rey que la comunicación de las cifras de crecimiento del PIB.

Y mientras la izquierda se debate en un turbión existencialista -de dónde venimos y adónde vamos, con primarias, bicefalias y tormentas ideológicas internas- Rajoy sigue en su política dactilar con la que, al parecer, puede conseguir que Cañete sea comisario en Europa, Guindos presidente rotatorio de la eurozona, crezca el PIB (aunque sea por el cómputo de la prostitución y el tráfico de drogas y armas) y los alcaldes se elijan directamente, driblando así la muy verosímil hipótesis de que las municipales y autonómicas de mayo del año que viene no constituyan un trastazo del PP que está dando hilo a la cometa de Podemos y demás en su órbita, porque tanto cuanto crezcan Pablo Iglesias y Alberto Garzón más hecho estará el discurso electoral de los populares con el apoyo de Merkel.

En conclusión: Maquiavelo aplaudiría a Rajoy; Agatha Christie le adoptaría como plantilla para diseñar los perfiles de un “asesino” en serie y cuando llegue su hora -quiera Dios que tenga larga y saludable vida- nuestro presidente podrá remedar en su última confesión al Espadón de Loja, Ramón María Narváez, y exclame: “No puedo perdonar a mis enemigos; los he matado a todos”. Lo dicho, Diez negritos en versión Rajoy.