Dignidad democrática

Editorial, EL CORREO, 16/6/11

El deseo de una sociedad mejor no puede violentar la normalidad parlamentaria

La concentración protagonizada por varios centenares de personas que ayer trataron de bloquear el acceso de los diputados al Parlament de Cataluña representa una actuación antidemocrática dado que pretendió dificultar el normal funcionamiento de la Cámara legislativa y dio lugar a la coacción dirigida contra los parlamentarios hasta el extremo de la agresión física. La legítima protesta por los recortes que introducen los presupuestos de la Generalitat no solo quedó en entredicho por las formas inadmisibles empleadas por los concentrados, sino que estas acabaron velando el debate franco y detallado de las medidas auspiciadas por el Gobierno de Mas para hacer frente al déficit que arrastra la autonomía catalana. Hasta la crítica más radical al funcionamiento de la democracia y de sus instituciones ha de respetar a estas como manifestación del orden legal que nos hemos dado los ciudadanos y como representación de la voluntad libremente expresada en las urnas. Pero además no hay indignación alguna que justifique someter a responsables políticos a situaciones de indignidad, como la que padecieron las diputadas y diputados del Parlament, la que ayer sufrió Cayo Lara en Madrid precisamente al sumarse a un acto de protesta, o la ‘cacerolada’ frente al domicilio de Ruiz Gallardón. El Movimiento 15-M surgió como una movilización espontánea y pacífica que preconizaba una ‘democracia real’. Los concentrados ayer en Barcelona parecieron encarnar un modelo de expresión de la voluntad ciudadana opuesto a la democracia representativa, convirtiendo su particular indignación en una razón pretendidamente superior a la presente en las instituciones. Resulta paradójico que un movimiento que se negó a oficializar su parecer y a estructurar su organización para preservar la espontaneidad inicial de las acampadas se vea obligado a clarificar su naturaleza y objetivos porque de su seno han surgido expresiones que se sitúan en las antípodas del deseo de una democracia mejor.

Editorial, EL CORREO, 16/6/11