Mikel Buesa-La Razón
- Que estos funcionarios de alta cualificación duren tan poco tiempo en el cargo es un mal síntoma
Lo de gestionar los fondos europeos Next Generation debe ser una de las tareas más ingratas que pueden asumirse en la administración española. Eso parece a la vista de los acontecimientos porque esta misma semana ha dimitido el último Director General de la materia, Jorge Fabra, tan sólo un año y medio después de que lo hiciera su predecesora en el cargo, Rocío Frutos. Que estos funcionarios de alta cualificación duren tan poco tiempo en el cargo es un mal síntoma. Algo debe pasar en sus despachos para que acaben hartos de seguir con su cometido y busquen el relevo. No me extraña porque, a la vista de la escasa información de que disponemos, en ellos la eficiencia administrativa es decreciente, de tal manera que cada vez son menos capaces de dar salida a su presupuesto. Según la Intervención General del Estado, en 2021, los pagos realizados con esos fondos sumaron 11.003 millones de euros, un 45,8 por ciento de la cantidad consignada en los presupuestos del Estado. Un año después se gastó casi lo mismo, pero el grado de ejecución del presupuesto bajó hasta el 39,6 por ciento. Y en 2023 se tocó fondo con unos pagos de 8.798 millones y un porcentaje ejecutado del 24,5 por ciento. Así que, en este asunto de los dineros europeos –que el Gobierno presenta siempre como una gran victoria de su gestión– parece que vamos como los cangrejos. Y a este paso, el dinero que nos da Europa se va a ir quedando en una hucha que cualquier día habrá que romper para devolvérselo a Bruselas.
Este problema de gestión ya lo advirtió no hace mucho el Gobernador del Banco de España, quien enfatizó en las carencias administrativas que limitan la capacidad del Estado para hacer una correcta evaluación de su política. Y además, para más inri, hay que tener en cuenta que los mayores beneficiarios de los fondos de marras están sobre todo en el sector público, de manera que, entre los cien primeros, se llevan el 88 por ciento de la pasta. O sea, que esto es un yo me lo guiso, yo me lo como, mientras los niveles de inversión pública en España no dejan de bajar. ¡Qué país!