- ¿Están nuestros gobernantes desviando 300 millones de euros de los españoles para proteger a los empresarios mediáticos afines a cambio de más propaganda en su favor?
Una de las razones por las que, en términos generales, los gobiernos no deberían seleccionar a qué compañías privadas rescatar o recapitalizar es que carecen de la necesaria información para ello. El futuro es irreductiblemente incierto y, por tanto, destinar fondos públicos a reflotar un proyecto empresarial fallido constituye una actividad tan arriesgada que debería dejarse en manos de aquel personal ultraespecializado que se dedica día a día a este tipo de menesteres y que, además, posee cierto ‘skin in the game’ (si se equivoca de manera sistemática o bien pierde su dinero o, como poco, su empleo).
Pero los problemas del rescate estatal de empresas no terminan en la deficiente información que manejan nuestros gobernantes, sino que también abarcan los muy perversos incentivos a los que se enfrentan. Aun cuando supusiéramos que los políticos sí son perfectamente conscientes de qué empresas pueden ser rescatadas sin riesgo para el contribuyente, seguiría subsistiendo el problema de que nuestros gobernantes podrían abusar de semejante poder en su propio beneficio. A la postre, ¿qué les impide transferir dinero público a empresarios cercanos y amigos del régimen? ¿Cómo presuponer que nuestros mandatarios perseguirán objetivamente el interés general y no subjetivamente su interés particular?En este sentido, resultan como poco cuestionables las últimas decisiones tomadas por la SEPI para salvar a parte de nuestras empresas patrias bajo el argumento de que se trata de «industrias estratégicas»: préstamos de 475 millones de euros para Air Europa, de 120 millones para Duro Felguera, de 53 millones para Plus Ultra y, en fase todavía de negociación, de 300 millones para Mediapro.
Por ejemplo, Plus Ultra es una aerolínea que mueve menos del 1% del tráfico aéreo español y que, desde que fuera creada en 2011, ha acumulado pérdidas año tras año. Es decir, no se trata ni de una compañía imprescindible para mantener los flujos turísticos hacia España ni de una empresa cuya solvencia se haya visto excepcionalmente impactada por la pandemia: es una compañía cuyas actividades pueden ser fácil y rápidamente sustituidas por otras empresas similares y es una empresa con un modelo de negocio inviable desde antes del covid. ¿Por qué entonces enterrar 53 millones de euros en esta operación?