Dios, cordero

EL MUNDO 17/12/13
ARCADI ESPADA

Domingo, en la misa de una de la Abadía de Montserrat, la que recibió con honores al nazi Himmler y al franquista Franco, el capellán Salvador Plans pronunció la frase definitiva sobre el proceso separatista catalán: «El año que viene seremos consultados sobre nuestra identidad como pueblo de Dios». La frase es una buena síntesis de la actitud ante el proceso de la Iglesia en Cataluña. Ciertamente no ha elegido la fraternidad evangélica. Aún es hora de que se le haya oído una frase sola en defensa de la trama de afectos que vincula a los ciudadanos españoles, rareza moral pero también práctica, si se piensa que la Iglesia en Cataluña, tan escasamente recaudatoria, vive de la caridad cristiana del resto de España. Aún es hora de que uno cualquiera de sus capellanes haya levantado la voz (o al menos un susurro de confesionario y sacristía) para contener las voces desdeñosas, xenófobas y racistas que se han vertido en Cataluña contra ciudadanos de otras partes de España. Aún es hora de que la Iglesia en Cataluña haya reaccionado contra la violencia nacionalista y los ataques que sufren las personas y las organizaciones desafectas. La Iglesia en Cataluña ha optado, frente a la posibilidad fraterna, por el mandato místico. La identificación que el capellán montserratino hacía el domingo entre el pueblo de Dios y el pueblo catalán no supone mayor novedad teológica ni política: el pueblo de Dios es el que se levanta contra la opresión pagana como el pueblo catalán lo hace frente a la opresión española. La Iglesia en Cataluña adopta esta actitud sin que, por supuesto, haya mediado por la parte española persecución ninguna. La Iglesia en Cataluña se ha puesto del otro lado de la fraternidad y de la ley por una decisión que nada tiene que ver con la propagación evangélica, sino con la pura decisión política. No es, ¡claro!, la iglesia guerracivilista que elegía entre matar y morir; ni la del pobre padre polaco Popiełuszko enfrentado al ateísmo de Estado.Se trata de una Iglesia cómodamente instalada en el mundo, que en vez de la neutralidad y el apaciguamiento ha elegido la confrontación. Una Iglesia nacionalista es razón automática para dejar de ser católico y nacionalista. Pero lo interesante de su caso es hasta qué punto demuestra cómo dios obedece cabizbajo los mandatos de los hombres.