DAVID GISTAU – ABC – 27/07/16
· ¿Cómo interpretamos ahora la última muerte, la de un sacerdote católico?.
Mientras pierde suelo por la presión de los bombardeos y de las infanterías ¡musulmanas!, el ISIS completa otra ocupación, la de nuestras mentes. De ahí no hay ya quien lo desaloje. Cada vez que un hombre saca un arma y abre fuego en algún lugar de Occidente, cada vez que alguien acuchilla, el crimen es del ISIS. Lo es hasta que se demuestra que no lo es, hasta que se recuerda que siguen existiendo otras razones para matar. Pero todo crimen que se comete, sobre todo el indiscriminado, ya se trate de un tiroteo homófobo, de un resentimiento de escolar, de un ataque a policías en Dallas o de una venganza pasional, durante un rato es del ISIS y sirve a sus propósitos de expansión del miedo.
Durante un rato es del ISIS y estremece al mundo y hace que la gente se encierre en casa. Ya no hay noticia de un crimen común que no lleve adosada, a modo de asterisco, la aclaración de que no se trata de una acción yihadista. Cuántas veces al día nos penetra la palabra yihadista. Cuán encadenados estamos a ella.
Encima hay crímenes que sí son del ISIS. Masivos o íntimos, de planificación compleja o de improvisación con los utensilios que hay por casa. Crímenes ya casi cotidianos en Francia, el país que soporta el peso dentro del continente, como ya lo soportaba Israel fuera, de la resistencia contra esta infiltración de una plaga tan nociva para el Occidente de los ciudadanos como las que se abatieron durante el siglo XX con mayor fanfarria de metales, menos clandestinas, menos introducidas hasta el punto de hacernos sentir, en todo momento, rodeados de sospechosos. Hay crímenes que son del ISIS, sí. Y, cuando ocurren, surgen los ejemplares de una nueva especie que ya abunda en el periodismo. Los exégetas del ISIS. Los que interpretan el mensaje contenido en cada uno de sus asesinatos, los íntimos y los masivos.
El asesino de niños en un colegio de Toulouse no generalizó el miedo porque mató judíos, y ya se sabe que eso siempre es un gaje de la historia. «Charlie-Hebdo» fue una reacción a la blasfemia que hasta el Papa interpretó como tal. Qué alivio, pensarían muchos: con no blasfemar, estaremos a salvo. Bataclan fue un castigo a los idólatras del rock, la música satánica: qué alivio, pensarían muchos, con no ir a conciertos estaremos a salvo. Del camión de Niza ya nadie podía sentirse a salvo. Ni de los ametrallamientos en terrazas.
Ni de las bombas en el fútbol. ¿Cómo interpretamos ahora la última muerte, la de un sacerdote católico? La religión que, incluso ahora, en tiempos científicos, vertebra cultural e históricamente la civilización occidental que surgió de la osamenta romana.
Los blasfemos. Los judíos. Los rockeros. Los paseantes junto al mar. Los aficionados a la música. Los que viajan en tren. Los cristianos, los «kafir». Nos ha tocado vivir unos tiempos en los que un sacerdote de provincias francés muere por martirio. No en las misiones, sino en su misma parroquia. Arrodillado. Degollado. Grabado. Ante los ojos de Dios.
DAVID GISTAU – ABC – 27/07/16