Diego Carcedo-El Correo
- Después de muchos años de aislamiento y prohibiciones de viajar por el mundo, nos habíamos convertido en uno de los países que mantenían relaciones ejemplares
Ignoro quien buceando en el diccionario recuperó estos meses atrás la palabra fango y sus derivados. A mi personalmente no me gusta, pero como se ha puesto como manera de entenderse cuando hablamos con agresividad de la actividad política, no me resisto a utilizarla. Están enfangadas las relaciones entre los partidos democráticos y últimamente hasta las relaciones internacionales que desde el final de la Dictadura se venían manteniendo de manera ejemplar. Después de muchos años de aislamiento y prohibiciones de viajar por el mundo, nos habíamos convertido en uno de los países que mantenían relaciones ejemplares, al margen de los gobiernos y manteniendo una neutralidad constructiva en los conflictos.
Pero esta situación empezó a cambiar cuando la irresponsabilidad del entonces presidente Rodríguez Zapatero propició un desplante ante la bandera de los Estados Unidos que se convirtió en escandalo y empañó las relaciones con la primera potencia mundial. Cuando poco a poco se fueron restaurando, las estrechas amistades establecidas con algunos gobiernos sandinistas de Latinoamérica, como la dictadura de un represor de las libertades y manipulador de las elecciones como el venezolano Nicolás Maduro, la diplomacia española empezó a crear una división entre sistemas conservadores y regímenes imbuidos de inspiración revolucionaria. Esta propensión a distinguir entre buenos y malos fue adquiriendo mayor frecuencia con el Gobierno de Pedro Sánchez y la influencia de sus socios de extrema izquierda.
Mientras el presidente perdía influencia en la UE y en el conflicto en la franja de Gaza España se puso a favor de Hamás y las guerrillas patrocinadas por Irán en contra de Israel — que llegó a retirar temporalmente a su embajadora en Madrid — ante el reto de los huties yemenitas de atentar contra el tráfico en el mar Rojo, España se negó a enviar ayuda militar para defenderlo. Entre tanto, España entregó sin contar con las instituciones ni el resto de la Comunidad Internacional la soberanía del Sahara a Marruecos creando un conflicto grave con la vecina Argelia que no ha roto relaciones, pero dos años después aún rechazó una visita del ministro de Asuntos Exteriores Mientras el presidente reflexiona sobre la situación global, el enfangamiento diplomático estalla con Argentino, un país amigo de toda la vida.
A muchos españoles no les gusta el nuevo presidente porteño, Javier Milei, y por lo que se deduce, a Sánchez menos -en la elecciones se había inmiscuido a favor del candidato peronista derrotado- y no tuvo el gesto diplomático habitual de felicitar al vencedor. Mileni es un personaje polémico y con ideas discutibles, pero fue elegido presidente por los argentinos -por cierto, con una mayoría que Sánchez no había conseguido-. Oscar Puente, el ministro bocazas que actúa de provocador del Gobierno, se permitió acusarle sin prueba alguna de «ingesta de sustancias», abriendo un conflicto que enfanga las relaciones entre dos países hermanos y consiguiendo unir en su defensa a la prensa defendiendo, criticando a España por su intromisión y exigiendo que el ministro provocador sea destituido como agravio.