JON JUARISTI-ABC

  • La heroica lucha de la izquierda actual no pasa de ser una astracanada, ni siquiera tragicómica

La verdad, no me siento en absoluto escandalizado por el hecho de que un diplomático español, embajador en la ONU hasta ayer mismo, sea de extrema izquierda y defienda la independencia de Cataluña. La responsabilidad de tal dislate no es suya, sino del gobierno que lo nombró para ese cargo y que lo mantuvo en el mismo a sabiendas de hacia dónde tiraba el tal Agustín Santos Maraver. Un diplomático, como cualquier otro ciudadano, es muy libre de pensar como le dé la gana y, por supuesto, de expresar abiertamente sus ideas. Admito que el perfil de Santos no es el más idóneo para representar a España en la ONU, pero tampoco el de un diplomático al servicio de Marruecos lo sería para ocupar el cargo de ministro de Exteriores, y, sin embargo, en la España de hoy tal hipótesis cabe dentro de lo posible. En fin, en todas las esferas españolas de lo público hemos visto disparates parecidos: ministras sacando en masa a la calle a violadores, ministros atacando en Europa la calidad de la industria española de la alimentación, etcétera. Lo de Santos Maraver al lado de estos otros pájaros es una cagarruta de cabra en una letrina superpoblada.

Pero algo me llama la atención en el currículum del personaje: el hecho de que fuera en otro tiempo cónsul de España en Perpiñán. Resulta que un tío abuelo mío ocupó el mismo cargo entre 1937 y 1938, bajo el Gobierno de la II República y en plena Guerra Civil. Tomás Bilbao Hospitalet no era diplomático, sino uno de los arquitectos de vanguardia más prestigiosos de aquella época. Negrín lo sacó del consulado para incorporarlo a su gabinete ministerial, donde se ocupó brevemente de la cartera de Justicia y continuó como ministro sin cartera hasta bastante después de concluir la guerra.

Pues bien, mi tío, que procedía de un nacionalismo vasco de izquierdas (el equivalente de Acción Nacionalista Vasca es hoy Bildu) se sacudió de encima el abertzalismo cuando tuvo que recibir en Perpiñán a los fugitivos del Consejo Soberano de Asturias y León, y comprobó a dónde estaba llevando lo que quedaba de la maltrecha República este tipo de astracanadas cantonalistas. A Bilbao Hospitalet la guerra y el posterior exilio lo convirtieron en un español convencido (al menos, convencido de que todos los soberanismos secesionistas son una estupidez suicida): venía de vuelta cuando Santos Maraver no había siquiera nacido.

Tomás Bilbao y los españoles de su generación vivieron una tragedia. La heroica lucha de la izquierda del presente no pasa de ser una farsa, en la que no se arriesga más, en el límite, que la paga ministerial y la niñera gratis. Para Santos Maraver, candidato de Sumar, el destino más adverso sería lo que en la Carrera se llama «hacer pasillos». No es lo que se considera vivir peligrosamente, pero, bueno: vivir para ver, Maraver.