VICENTE VALLÉS-La Razón

  • Hoy, es habitual encontrar en Londres supermercados con estanterías semivacías por falta de género, y muchas gasolineras han tenido que cerrar porque no disponen de combustible
No es algo infrecuente en las democracias occidentales que los ciudadanos se frustren con sus líderes políticos al comprobar que las promesas realizadas durante las campañas electorales no se cumplen después, una vez que esos dirigentes alcanzan el poder. No es este, sin embargo, el caso de Boris Johnson. El primer ministro británico ganó las elecciones con suficiencia al prometer a su pueblo que ejecutaría el Brexit hasta las últimas consecuencias. Y ha cumplido, aunque quizá en esta ocasión algunos ciudadanos del Reino Unido preferirían que Johnson hubiera olvidado ese compromiso.

Hoy, es habitual encontrar en Londres supermercados con estanterías semivacías por falta de género, y muchas gasolineras han tenido que cerrar porque no disponen de combustible. El motivo es que miles de camioneros europeos que antes trabajaban en Gran Bretaña, ahora no pueden hacerlo, y no hay suficientes camioneros nacionales para sustituirlos. Sin camiones, no hay reparto. Y sin reparto, hay desabastecimiento.

Pero ganó, y es justo que quienes votaron de esa manera disfruten ahora de lo votado. El problema es que también lo «disfrutarán» quienes, con más de dos dedos de frente, votaron por permanecer en la UE. La democracia es así. Boris Johnson y sus brexiters sabían que romper con sus socios europeos podía ser un golpe político para sostener el poder en ese momento concreto. Lo consiguieron. Pero también sabían que existían serias contraindicaciones. El desabastecimiento es solo el primer ejemplo, y no será el único ni el peor. A largo plazo, la Unión Europea sufrirá las consecuencias de la ruptura con el Reino Unido. Pero los británicos lo padecerán aún más. Así lo decidieron. Una lástima.