Ignacio Camacho-ABC
- A Sánchez lo ha derribado del caballo pacifista la luz de alguna cancillería donde no gustan las actitudes descomprometidas
La ventaja de las personas sin principios es que hay ocasiones en que pueden acertar al rectificarse a sí mismos. Sánchez lo hizo esta semana con ese aplomo tan suyo para el autodesmentido, esa naturalidad con que en horas veinticuatro es capaz de sostener dos criterios distintos sin necesidad de justificar el motivo. No era difícil, de todos modos, adivinar la procedencia de la luz paulina que lo derribó del caballo pacifista: dimanaba de Bruselas, de Berlín o de alguna otra cancillería donde no gustan las actitudes descomprometidas después de haber apoquinado miles de millones para que España mantenga a flote su economía. Pudo ser Von der Leyen, o Stoltemberg, o Scholz, o acaso ese Borrell que ha rescatado la oratoria enardecida -«nos acordaremos de quienes no estén a nuestro lado»- de sus tiempos de adalid antinacionalista. El caso es que cuando el presidente acabó por hacerle una finta a sus declaraciones de la víspera cumplió dos viejos asertos: el de Fraga sobre la retractación como única acción virtuosa de los socialistas y el del refranero sobre los relojes parados que dos veces al día ofrecen el horario correcto. Como le sucedió en 2010 a Zapatero, ha constatado a la fuerza que cuando los problemas se ponen serios importan más las voces de fuera que las de dentro. Bienvenido sea su arrepentimiento porque no tendremos muchas más oportunidades de aplaudirle un gesto.
También puede que de la crisis de Ucrania haya aprendido la lección que no quiso extraer de la pandemia. La de que hay acontecimientos cuya magnitud y consecuencias obligan a cualquier gobernante mínimamente responsable a replantearse su agenda. A diferencia del Covid, ante el que cada país aplicó sus propias recetas, la salvaje agresión de Putin no permite desmarques ni fórmulas intermedias ni equilibrios en el alambre de la política interna. O se alinea uno con la nación invadida o contra ella, una disyuntiva tan simple que hasta el más torpe puede entenderla (salvo que además sea de extrema izquierda). A Sánchez se le disipó -le disiparon- en una noche la quimera de marcar diferencias con la respuesta europea pero como ante él no cabe nunca demasiado optimismo es probable que vuelva a darle cuartelillo a sus socios en cuanto pueda; debe de estar sufriendo un ataque de alergia por verse forzado a recibir el apoyo de la derecha. En términos objetivos no encontrará mejor coyuntura para un consenso de Estado: Podemos sin Iglesias es un partido demediado cuyo ascendiente en las decisiones clave resulta cada vez más precario, Yolanda Díaz no se saldrá del carril porque le conviene mostrar perfil sensato y Feijóo llega con la intención aparente de tenderle una mano. Sin embargo con personajes de su traza la razón está condenada al fracaso. Pincho y caña, que diría el colega Herrero, a que tras este relámpago de cordura retoma el rumbo equivocado.