Si los navarros y alaveses hubieran podido pronunciarse sobre las dos fuerzas más votadas en las elecciones, los socialistas se habrían ahorrado un gran desgaste y, todos, dos meses de incertidumbre.
El peneuvista Xavier Agirre (21,28% de los votos útiles en las elecciones del 27 de mayo) formaba Gobierno foral la semana pasada en Álava. Mientras, en Pamplona, era investido presidente del Gobierno navarro Miguel Sanz, que en la citada fecha había obtenido el 42,2% de los votos de sus conciudadanos.
En el segundo caso, Patxi Zabaleta dictaminaba que Sanz va a formar «un Gobierno de perdedores. Los que hemos votado por el cambio hemos sido mayoría en Navarra». Idéntico criterio mantiene Izquierda Unida, que ha perdido la mitad de los votos (del 8,8% al 4,3%) y de los escaños que tenía (de 4 a 2). Parecida catástrofe experimentó el CDN de Juan Cruz Alli, pero no se atrevió a llamar ‘perdedor’ a nadie. Se ha conformado con esperar a que le llamen y negociar sus dos escaños para sacarles el mejor resultado posible en términos de cargos institucionales.
Por encima de estos excesos verbales se plantea un problema de interpretación: cómo determinar que los votantes han expresado preferencia por una determinada coalición de Gobierno si el propósito de constituir dicha coalición no estaba explícito en el programa electoral de sus futuros socios. Pocas dudas ha ofrecido en este aspecto la campaña de IU y NaBai, pero no se puede decir lo mismo del PSN.
UPN va a formar un Gobierno apoyado por el 46,6% de los votantes navarros. ¿Es una interpretación razonable de los hechos la afirmación de que los navarros han optado mayoritariamente por un Gobierno distinto? Dicho de otra manera: si bien es verdad que los cargos y los afiliados del partido optaban de manera casi unánime por el tripartito, no puede asegurarse que las prioridades de la inmensa mayoría de sus votantes fuera idéntica. Prueba del nueve: si lo fuese, Fernando Puras no se habría recatado de anunciar durante la campaña electoral su propósito de formar un Gobierno con NaBai e Izquierda Unida.
En Álava, la situación es ligeramente distinta. Aquí sí que ha gobernado el candidato a quien los electores habían designado como el tercer hombre. El asunto tiene más mérito si se tiene en cuenta que era nacionalista, mientras el primero y el segundo eran constitucionalistas. El PNV, con sus socios, EB y EA, sumaba el 38,48% de los votos y ha podido formar gobierno contra el 52,71% que sumaban los votos constitucionalistas.
A falta de herramientas analíticas y de manifestaciones de protesta en Vitoria, no se puede afirmar nada concluyente sobre la frustración de los votantes populares y socialistas, pero va llegando la hora de que los ciudadanos sean más respetados por los partidos cuando interpretan el sentido de su voto.
En los casos de Navarra y Álava, cuanta dimisión, cuánta crisis partidaria y cuánto esfuerzo inútil nos habríamos ahorrado si las elecciones se hubieran celebrado con sistema de doble vuelta. En Navarra, pongamos por caso. Vistos los resultados, el pueblo soberano habría elegido quién quería que le gobernara, si Sanz o Zabaleta. El sistema no contempla sutilezas como la de dar la iniciativa para la formación de Gobierno al tercero, pero todos los votantes socialistas navarros habrían podido expresar cuál era su coalición.
Se habría resuelto en una o dos semanas lo que ha costado dos meses y medio, Ferraz no habría tenido opción para someter la estrategia del PSN a prioridades ajenas a los intereses de los navarros y los socialistas se habrían ahorrado esta crisis.
Los alaveses tendrían que haber elegido entre un popular y un socialista, elección que en el caso de los votantes nacionalistas habría supuesto una cierta justicia poética. Los votantes del PSE han sido víctimas de la incompetencia estratégica de sus dirigentes. De una sola tacada han entronizado al PNV en Álava, han fortalecido a Ibarretxe y han dado una baza importante a Egibar frente a Josu Jon Imaz. No hay quién dé más. El asunto no deja de tener gracia si se considera que los líderes del PSE no han parado de dar consejos a sus compañeros del PSN.
¿Y en Navarra? Miguel Sanz ha modulado el tono en su discurso de investidura. Normal. La arrogancia es actitud que no casa con la minoría mayoritaria, aunque es más incompatible aún con los partidos en crisis. La amenaza semivelada de la moción de censura después de las generales que susurran algunos dirigentes socialistas está fuera de lugar.
Para empezar, no sería un uso muy legítimo de la medida. La moción de censura no fue diseñada para arreglar desastres propios, ni como una segunda oportunidad de pacto para quienes no aprovecharon la primera. Tampoco sería una iniciativa realista para un PSN que bastante tiene con recomponer los daños que ha sufrido en estos dos meses y medio. ¿A quién presentarían como candidato, por otra parte? ¿A un tal Roberto Jiménez, portavoz a la fuerza tras la dimisión de Puras? No se le acaba de ver la consistencia a semejante operación, salvo que propongan como candidato a Patxi Zabaleta.
Santiago González, El Correo, 13/8/2007