Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Personas que ya no creen en la ideología establecida, pero temen arriesgarse a discrepar

La colosal polarización social y política que se está exteriorizando en España se pudo haber neutralizado, o al menos amortiguado, al día siguiente del 23 de julio. Los resultados electorales interpretados desde la prudencia histórica convocaban a los dos grandes partidos nacionales a buscar una fórmula de conciliación después de una legislatura cainita. Un responsable político medianamente atento al eco de las voces habría detectado que durante el cuatrienio marcado por la sacudida de las minorías se estaba incubando un choque de trenes entre los dos grandes bloques sociales.

El despotismo de las minorías ideológicas, nacionalistas, altruistas, incluso progresistas, imponiendo una ingeniería social rupturista, sin el mínimo debate, sin reflexión colectiva, sin asesoramiento de las grandes instituciones que cohesionan el tejido social más allá de los partidos, fue incubando el cáncer de la exacerbación social. La diferencia entre un estadista y un político salido de las primarias de un partido es, como dijo Bismarck, que el primero piensa en las próximas generaciones y el segundo, en las próximas elecciones. Puede sonar a simplificación un poco ingenua, pero sirve para explicar ahora mismo la España de Pedro Sánchez.

La demonización del adversario político, la voladura de los puentes de pactos entre PP y PSOE y la feroz competencia por atraerse las puñetas judiciales a cada bloque presionando hasta el límite la independencia judicial son algunos de los factores que han fructificado en el actual paisaje. Hay dos imágenes que ilustran la animadversión que está contagiando la política nacional: los desórdenes frente a la sede del PSOE en Madrid y la indiferencia de la izquierda ante el atentado contra Alejo Vidal-Quadras. Y en medio de este choque de bloques fructifica lo que Sharansky en ‘Alegato por la democracia’ llama pensamiento doble. Lo describe como esa parte de la sociedad que no dice lo que piensa. Está formada por personas que ya no creen en la ideología establecida pero que temen aceptar los riesgos que conlleva la discrepancia. Son los doblepensadores. Ese segmento social ahora hace de colchón entre los dos bloques.

Pero ante una legislatura de confrontación como se perfila, con un Gobierno más de acción que de gestión, y artefactos legales de alto poder inflamatorio como la ley de amnistía y el ‘lawfare’, los doblepensadores pueden acabar inclinando la balanza. El 24 de julio, un estadista habría calculado los riesgos de seguir cultivando la polarización y el despotismo de las minorías en una sociedad acostumbrada al consenso de las mayorías. Pero lo que decidió fue que ‘si no queréis taza, tendréis dos’.