Antonio Casado-El Confidencial
Después de la tormenta, los mensajeros de Sánchez se abren paso entre las cacerolas convencidos de que lo ocurrido les hará más fuertes
No deja de ser chocante que la salud de los españoles haya sido la coartada del pacto furtivo con una fuerza política (Bildu) de historial cargado de brutales hachazos a la salud de los españoles. Pero es doctrina oficial de Moncloa: se hizo lo que se tenía que hacer «para seguir salvando vidas» porque el PP dimitió de su responsabilidad y «dejó solo al Gobierno».
Cuarenta y ocho horas después de la tormenta que convirtió a España en el reino de la confusión y el desgobierno los mensajeros de Sánchez se abren paso entre las cacerolas y los finos analistas convencidos de que lo ocurrido los hará más fuertes. A la portavoz, no le tembló la voz tras el Consejo de Ministros de este viernes: «Este es un gobierno fuerte, cohesionado y unido, pese a quien le pese», dijo María Jesús Montero.
Ni media palabra sobre la acumulación de daños generados en una jugada derogatoria de la reforma laboral de 2012 a cambio de la abstención de Bildu en la nueva prórroga del estado de alarma. Ni un punto de contrición sobre el pecado de pensar después de decidir, que en este caso deja entre brumas el qué y el cuándo del hachazo a la reforma laboral del PP.
Respecto al «qué», pasará a la historia el circo del vicepresidente Iglesias diciendo una cosa (total) y el ministro Ábalos, otra (parcial), antes de la vicepresidenta Calviño desmintiera a los dos («absurdo» lo uno y lo otro). Lo del «cuándo» es peor porque compromete la palabra de Sánchez: «cuando salgamos de la emergencia sanitaria», aunque el acuerdo PSOE-UP-Bildu dice «antes de la finalización de las medidas extraordinarias derivadas de la crisis por el covid-19».
En el entorno de Sánchez se han puesto el chubasquero a prueba de chaparrones. Hasta que amaine. «No es para tanto». Lo consideran una tormenta de verano, un incidente del recorrido causado por las «distintas sensibilidades» que afloran en el cumplimiento de los compromisos programáticos. «Pero vamos todos a una», decía este viernes la ministra portavoz. Algo que este comentarista ha podido confirmar en conversación con otros miembros del Gobierno, convencidos de que la tensión creada por el pacto con Bildu se olvidará cuando dentro de unos días se produzca una tensión nueva.
Me temo que tienen razón, que el escándalo será pasto fresco de las tribus mediáticas y las redes sociales un par de días y luego desaparecerá en la polvareda del nuevo culebrón que vuelva a destapar el mal de fondo: UP como anomalía en el Gobierno del reino de España y la insalvable incompatibilidad de Nadia Calviño con Iglesias Turrión.
De momento, no se dan las condiciones para una moción de censura del PP contra Sánchez. Ni Iglesias piensa romper la coalición, al menos hasta que Sánchez pierda las agarraderas a partidos menores. Lo cual podría ocurrir si no salen adelante los PGE de 2021, o si, después de la guerra contra el coronavirus, se hiciera incontenible la demanda de urnas.
En la parte socialista de la coalición se generaliza la seguridad de que Iglesias no tiene la menor intención de salir corriendo. «Ni de broma, ¿dónde va a estar mejor?», me comentan, conscientes de que la tensión está localizada en la mal avenida pareja Iglesias-Calviño: «Insostenible, pero a la vez imposible de resolver». «Salvo por eventual voladura de la coalición», digo. «Eso es parte de lo imposible, ¿te imaginas, con lo que tenemos encima, un Gobierno con 120 diputados?, porque te recuerdo que no hay alternativa», replica una conocida y respetada figura del PSOE.