Barcelona queda bastante lejos de Toledo, unos 689 kilómetros. Dicen que la distancia es el olvido y quizá por esa razón Juan Carlos Girauta decidió salir de su asfixiante ciudad natal para plantarse en Toledo, algo parecido remotamente a lo que hizo Alberto Núñez Feijóo que se agarró a su agenda que le fijaba la clausura de la Interparlamentaria de su partido en la ciudad imperial. No atendió el presidente del PP ninguno de pos píos consejos que se le dirigieron para que alterase sus planes de ayer y fuera a Barcelona. A Barcelona fue Cuca Gamarra, pero no fue lo mismo, claro, aunque Feijóo ensayara ese viejo truco tan practicado por los políticos españoles de estar en los sitios a los que no han ido.
Pero lo peor fue la explicación, para la que el candidato popular a desalojar a Pedro Sánchez de la Moncloa (cuando toque) redujo los hechos al verosímil que más convenía a sus propósitos y a partir de ahí, la equidistancia se definió sola: «Nadie, nadie, nadie en Cataluña tiene derecho a revolverse porque haya personas en Cataluña que decidan hablar en español, y nadie en el resto de España tiene derecho a molestarse porque haya catalanes que decidan hablar en catalán».
No se trataba de eso. Quizá sin sospecharlo, Núñez Feijóo incurrió en un sofisma paralelo que había acuñado Zapatero en el Congreso el 8 de marzo de 2005, al tratar de apoyar al nacionalista Aitor Esteban cuando el entonces presidente de la Cámara, Manuel Marín, le negó permiso para intervenir en euskera: “Las lenguas están hechas para entenderse”, dijo Zapatero. “Sí”, le respondió Rafael Sánchez Ferlosio, mediante carta a ABC, “pero solo sus respectivos hablantes entre sí”.
Todo su argumento lo envolvió el líder popular en las palabras antedichas, que no eran las adecuadas. No se trata de la lengua que quiera hablar cada cual, sino del respeto a las leyes y a las sentencias de los tribunales que reiteradamente han venido fallando que el 25% de la enseñanza había de impartirse en castellano como legua vehicular, lo que se ha incumplido flagrantemente por la Generalidad. El País anunciaba el sábado la manifestación con un sumario justamente calificado por Pericay como un monumento a la infamia periodística: ““Los convocantes afirman que la Generalitat incumple sentencias”.
El número de asistentes no fue tan menguado como pretendía la Guardia Urbana, (2.800) ni tan crecido como lo que estimaron los cálculos más optimistas de algunos de los convocantes (200.000). Alrededor de 10.000 manifestantes podría ser un cálculo más razonable. Había un héroe entre los manifestantes: Javier Pulido, el padre de la niña de Canet, que ganó ante la Justicia el derecho de su hija a recibir el 25% de la enseñanza en español en la escuela ‘Turó del Drac’, pero a última hora no pudo subir para hacer su intervención, quizá por el estrés o los nervios. Su intervención fue leída por José Domingo Domingo, un veterano luchador por los derechos cívicos en Cataluña y celebrada por los asistentes. Fue un acierto que no interviniesen los líderes políticos que se conformaron con atender a los medios entre el público. Hubo dos clásicos que dieron gran contento al personal: Ana Losada y Carlos Silva, que cargaron el ambiente de emotividad. “Parecía un acto de la resistencia cubana”, decían los asistentes y es que así está el tema.