LIBERTAD DIGITAL 11/07/17
CAYETANO GONZÁLEZ
· Veinte años después, personas como Aznar, Mayor Oreja e Iturgaiz resultan molestos no para los terroristas sino para sus propios compañeros de filas.
Me parece que esta es la pregunta lógica que cabe hacerse, cuando en estos días estamos recordando y de alguna manera volviendo a vivir unos acontecimientos –la liberación de Ortega Lara y el asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco– muy importantes en la historia reciente de España. Porque en aquellos días de julio de 1997 la sociedad española en general, y gran parte de la vasca en particular, reaccionó, se rebeló y dijo alto y claro «¡basta ya!» a la barbarie terrorista de ETA.
Veinte años después estamos, y esto es algo objetivamente muy importante, en que ETA ya no mata, porque ha sido derrotada policialmente por el excelente y brillante trabajo de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, particularmente de la Guardia Civil. En las entrevistas que, para el especial informativo de LD, Javier Arias Bosque ha hecho al general Pedro Muñoz –que durante años fue el máximo responsable de los Servicios de Información de la Guardia Civil– y al mando de la Benemérita que estuvo al frente del servicio de investigación del secuestro de Ortega Lara se pone claramente de manifiesto ese trabajo abnegado, constante y eficaz, que fue dando sus frutos y resultados. Que ETA no mate es un alivio, sobre todo para sus potenciales víctimas, pero la cuestión desgraciadamente no se agota ahí.
Porque, veinte años después, no se puede decir con verdad –como pretende hacer creer la versión políticamente correcta defendida por el Gobierno, el PSOE, PNV y muchos medios de comunicación– que ETA ha sido derrotada del todo. Habrá que volver a reiterar que ETA era y es algo más que una banda terrorista; era y es un proyecto político que tenía y tiene como objetivo la destrucción de España, y que para conseguirlo, durante muchos años, ha utilizado la violencia. Ahora no lo hace –insisto que fundamentalmente por el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de Estado–, pero las marcas políticas de ETA están en las instituciones vascas, navarras y españolas gracias a Zapatero, a seis vocales de aquel Tribunal Constitucional presidido por Pascual Sala que le enmendó, con un par, la plana al Tribunal Supremo, pero también gracias a la inacción de Rajoy, que no ha tenido durante los ya casi seis años que lleva en el poder ninguna política antiterrorista propia: se ha limitado a heredar los desastres de Zapatero y a, como es habitual en él, no hacer nada, renunciando por ejemplo a volver a sacar a ETA de las instituciones aplicando la Ley de Partidos, que el Gobierno de Aznar aprobó en 2002 y que todavía sigue vigente.
Veinte años después, el PNV, que traicionó vilmente el denominado Espíritu de Ermua al irse a pactar con ETA en Estella, sigue ahí, vivito y coleando: es la novia de todos y gobierna en el País Vasco con los socialistas; recibe 4.000 millones del Gobierno de Rajoy a cambio del apoyo de sus cinco diputados a los Presupuestos y gobierna en Navarra con Bildu y Podemos. Y encima hay que aguantar que destacados dirigentes del PP –el partido de Miguel Ángel Blanco– destaquen la moderación y el sentido común del PNV y del lehendakari Urkullu por no seguir –de momento, habría que decir– la vía catalana.
Veinte años después, y tras pactar con ERC en Perpiñán en enero de 2004, ETA ve cómo el proceso independentista que intentó impulsar con el PNV para el País Vasco, primero en Estella y luego con el Plan Ibarretxe, avanza y de qué manera en Cataluña, y no renuncia a retomarlo en su añorada Euskal Herria. De momento, en Navarra hay un Gobierno del PNV apoyado por la marca de ETA, Bildu, y Podemos, que no hace más que dar señales inequívocas de ir en la dirección de propiciar la anexión de la Comunidad Foral al País Vasco.
Veinte años después, la batalla por contar la verdad de lo que ha pasado –a mí me gusta más emplear la palabra verdad que la del relato– no se está dando por parte de todos los que deberíamos hacerlo, empezando por el Gobierno de la Nación. Y poco a poco se está imponiendo ese escenario que tan bien describía el expresidente Aznar en la entrevista que concedió hace unos días al Grupo Libertad Digital, en el que se quiere hacer creer que aquí en el fondo hubo dos bandos enfrentados y que por lo tanto las culpas tienen que estar repartidas. Un escenario donde no es correcto ni conveniente hablar de vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos.
Veinte años después, personas como Aznar, Mayor Oreja e Iturgaiz resultan molestos no para los terroristas, no para sus cómplices, no para los nacionalistas, sino para sus propios compañeros de filas o asimilados, como la propia Fundación Miguel Ángel Blanco, presidida por la hermana del concejal asesinado. Quien diseñó el acto homenaje a Miguel Ángel Blanco que tendrá lugar el próximo miércoles en el Teatro Real de Madrid y quien dio el visto bueno al mismo han tenido lisa y llanamente un comportamiento mezquino y ruin, al no contar para el mismo con los testimonios de las tres personas que en julio de 1997 eran el presidente del Gobierno, el ministro de Interior y el presidente del PP del País Vasco, respectivamente, y en razón de esas responsabilidades vivieron desde el Gobierno y desde el PP aquel asesinato a cámara lenta, y más cerca estuvieron de la familia Blanco.
Veinte años después, como también denunciaba Aznar en la citada entrevista, las víctimas resultan molestas para quienes gobiernan, en Madrid o en Vitoria, y para todos aquellos que querrían pasar página. Y las víctimas son molestas para todos esos porque son la voz, el testimonio, el ejemplo viviente de la enorme falsedad que algunos quieren construir en torno a lo que ha pasado en los últimos sesenta años por mor de la violencia nacionalista de ETA.
Veinte años después, a las puertas de la sede nacional de su partido en la calle Génova y en un acto homenaje a Miguel Ángel Blanco, la persona que autorizó en el verano de 2012 el inicio del proceso que acabó con la puesta en libertad del carcelero-torturador de Ortega Lara, Iosu Uribetxeberria Bolinaga, se atreve a decir que las víctimas «se merecen todo el apoyo, todo el esfuerzo y todo lo que podamos hacer por ellas». No, señor Rajoy, usted no tiene ninguna credibilidad cuando dice esas cosas, porque se dejó toda con aquella excarcelación, o cuando no dio la más mínima batalla para evitar la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la denominada Doctrina Parot, que permitió la excarcelación de numerosos etarras, así como de violadores y peligrosos delincuentes.
Veinte años después, un gran objetivo sería que todos los jóvenes españoles –aquellos que no habían nacido o tenían uno, dos, tres años cuando Ortega Lara fue liberado y Blanco asesinado– conozcan lo que ha pasado. Nos tenemos que rebelar ante lo que hace unos días se pudo ver en un reportaje de televisión: a un inocente joven de unos 16 años le enseñaron la foto en la que se ve a Ortega Lara llegando a su casa de Burgos el día en que fue liberado, con la mirada perdida, con una poblada barba de 532 días, acompañado por su mujer, pero también por un guardia civil y un policía nacional, y le preguntaron si sabía quién era el de la imagen. El joven la miró y después de unos segundos contestó: no sé, pero me imagino que será un terrorista al que acaban de detener. Si no nos rebelamos contra esto y no nos ponemos manos a la obra, estamos muertos como nación, porque no habremos sabido transmitir a los jóvenes lo que ha pasado y no honraremos a nuestros héroes modernos, que eso son, y no otra cosa, todas las víctimas del terrorismo.