DAVID JIMÉNEZ – EL MUNDO – 21/02/16
· El escritor cubano Reinaldo Arenas, encarcelado por Fidel Castro, decía que la diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque en los dos te puedes llevar una patada en el culo, «en el comunista te la dan y además tienes que aplaudir». Leopoldo López no es de los que aplauden y de ahí que permanezca en una celda de aislamiento del penal de Ramo Verde.
No es casualidad que, mientras se cumplía el segundo aniversario de cautiverio del disidente, en las estanterías de los comercios de Caracas se agotaran las últimas reservas de pan y el régimen subiera el precio de la gasolina un 6.000%. Venezuela vive el acto final de una revolución que, como tantas otras, fue lanzada en nombre del pueblo, entregada al beneficio de unos pocos y pagada por la mayoría. «A la dictadura le quedan horas», nos decía López en una entrevista que publicamos el jueves, tras remitir sus respuestas en servilletas de papel.
Que sean horas o meses dependerá de hasta dónde están dispuestos a llegar para defender al régimen aquellos que han vivido de sus prebendas, incluidos los mandos militares. Con el dinero a buen recaudo fuera del país, y sus retoños enrolados en las universidades del malvado imperio, la élite chavista lleva tiempo preparándose para este momento. Muy pronto habrá volado hasta ese pajarito que Maduro dice que se le aparece de vez en cuando –«me dijo que el comandante (Chávez) estaba feliz y lleno de amor de la lealtad de su pueblo»–, en caso de que le queden fuerzas para huir.
Lo que sorprende de la decadencia de la revolución bolivariana y del fracaso de su modelo es cuántas veces hemos visto la misma película y cómo, a pesar de ello, tenemos la certeza de que la volveremos a ver. El líder carismático que promete a su pueblo crear la sociedad más igualitaria del mundo y a cambio le quita la libertad, que poco a poco va tomando las instituciones del Estado, las corrompe para eternizarse en el poder y termina no distinguiendo entre sus intereses y los de su gente. Entre enemigos reales y ficticios.
Entre el bien y el mal. El desenlace suele ser el desmoronamiento del régimen tras la muerte del líder o su supervivencia, si éste dejó una estructura lo suficientemente sólida y pragmática como la del Partido Comunista de China (PCCh). Allí, los herederos de Mao decidieron que para seguir reinando debían traicionar todos sus principios y lo hicieron sin rubor: abrazaron el capitalismo y prometieron a sus ciudadanos que, si no desafiaban su dictadura, les dejarían prosperar. Y han cumplido, aplastando en el camino a quienes no estaban de acuerdo con el trato.
Pero Maduro, ¿qué tiene que ofrecer? Sólo despensas vacías y una economía arruinada que ha demostrado no ser sostenible en cuanto ha bajado el precio del petróleo, una sociedad enferma por el crimen donde el año pasado fueron asesinadas 28.000 personas –uno de cada cinco muertos en América– y una generación que ha visto marcharse a quienes podían permitírselo, dejando atrapado al resto en manos de un gobierno incompetente que no puede ofrecer ni igualdad ni prosperidad, mucho menos libertad, como nos recuerda la imagen de Leopoldo López tras los barrotes de su celda.
Hay lecciones de lo ocurrido en Venezuela que son válidas para cualquier país, incluido (o especialmente) el nuestro. Fue la negligencia y el egoísmo de una clase política corrupta, y una oligarquía que se alió con ella para aumentar sus privilegios, lo que creó el vacío que permitió la llegada al poder de Chávez. No se conoce, en cambio, del triunfo del populismo en aquellos lugares donde las instituciones son sólidas e independientes, la prensa cumple su misión como guardián del sistema, los partidos políticos tienen mecanismos de regeneración y la corrupción conlleva la asunción de responsabilidades.
Puede que asome la cabeza, pero no suele llegar lejos el populismo donde hay un sistema educativo que fomenta la conciencia crítica, una justicia emancipada del poder político y una percepción generalizada entre los ciudadanos de que el sistema trabaja para ellos. Por eso, mientras se lamentan de su suerte y de los escaños perdidos, los partidos tradicionales de nuestro país harían bien en mirar atrás y preguntarse cómo fue que también aquí el populismo encontró su hueco. Y cuál debería ser su comportamiento en adelante si no quieren seguir alimentándolo.
DAVID JIMÉNEZ – EL MUNDO – 21/02/16