Donostia-San Sebastián Capital Kultural 2016, o algo así

Carlos Martínez Gorriarán, carlosmartinezgorriaran.net, 1/7/11

Ante todo debo advertir dos cosas: la primera es que todo este asunto de las “capitales culturales” anuales me recuerda a aquel programa estrella de la tele franquista llamado “Reina por un día”, donde chicas de provincias concursaban para conseguir regalitos, un enorme ramo de flores y una coronita de plástico; la segunda, que como donostiarra ni me hace feliz la obtención de la capitalidad ni tampoco me haría feliz lo contrario: al menos en esto he logrado un genuino sentimiento de indiferencia estoica.

De toda la polémica por la concesión de la capitalidad cultural a San Sebastián, en detrimento de otras esforzadas aspirantes, lo que más me ha asombrado –aunque quizás era lo más previsible- es el escándalo montado precisamente por un alcalde y una ministro del PSOE, Juan Alberto Belloch y Rosa Aguilar, a propósito de la politización del premio y porque haya ido “a un ayuntamiento de Bildu”. La política ya está bastante desprestigiada para que sean políticos en activo quienes usen “politizar” en el más innoble de los sentidos, el de corromper. Y que miembros de primera fila de un partido que ha sido mamporrero mayor y abogado abnegado de Bildu se rasguen ahora las vestiduras porque su ahijado político gobierne en San Sebastián no deja de ser o demostración de una necedad ilimitada o muestra de una hipocresía inmarcesible y, en todo caso, de absoluta falta de principios: ¿oyó alguien a Rosa Aguilar o a Juan Alberto Belloch oponerse a la legalización de Bildu por su obvia relación de continuidad con ETA-Batasuna, que ahora denuncian?

Pero todavía me parece más revelador el comentario de que la capitalidad se concede a “un ayuntamiento de Bildu”. De haber seguido siendo, con Odón Elorza –uno de los muñidores de todo este enredo-, “un ayuntamiento del PSE-PSOE”, ¿hubiera sido merecida la capitalidad cultural? Todo indica que sí, y esta es otra prueba de la intolerable apropiación de las instituciones, e incluso de las ciudades, por partidos políticos-sinécdoque, es decir, organizaciones que son sólo una parte pero aspiran a apoderarse del todo (corrupción de la democracia en la que, sin duda, Bildu les dará sopas con onda). La idea inconfesada es que la capitalidad cultural va no a una ciudad dada, sino al partido que la gobierna: algo bastante real.

Ignoro los baremos de calificación que usa el jurado de las capitales culturales para elegir su reina anual del Zeitgeits, pero como conocedor de lo que pasa en San Sebastián-Donostia, e incluso activista cultural de sus cosas en años pasados, puedo certificar que en todo esto la cultura, tal como normalmente se entiende en este contexto, es decir como producción de bienes culturales (arte, literatura, cine, música, etc), no tiene mucho que ver. Mucho menos que la economía, el turismo o la promoción política, desde luego.

Puedo certificar que para la redacción del proyecto de capitalidad cultural se ha tenido un cuidado exquisito en no contar para nada con alguien que represente una voz crítica con la supuesta fusión de repudiable nacionalismo cultural y cosmopolitismo superficial que compone el alma del proyecto oficial –al que Bildu se adaptará sin problemas con un poco más de lo primero y algo menos de lo segundo, si distingue-. Sé que no se ha consultado a ningún escritor, artista, compositor, crítico, promotor cultural o similar que descrea del cóctel de confusión culturalista retórica, tópicos narcisistas y corrección política buenista en la órbita del “socialismo vasquista”, variedad Odón. Que semejante amalgama haya entusiasmado al jurado internacional de esa capitalidad me parece muy probable, tanto como que les parezca de perlas “dar una oportunidad a la paz” en la persona colectiva de Bildu: que sean los herederos políticos de ETA no es un estigma infamante sino algo estupendo para esta mentalidad abierta al diálogo por la paz… pero sólo con quien puede asesinarte. Tan de perlas como marginar y excluir cuidadosamente  a cualquier personalidad cultural que desafine en esa coral del olvido y la normalización anormal, se trate de Fernando Savater –el único donostiarra vivo y profeso cuyas opiniones realmente interesan en la cultura europea, o lo que quede de ella- o de Raúl Guerra Garrido (víctima del terrorismo y Premio Nacional de Literatura).

Es verdad que San Sebastián es una ciudad que llama la atención por la desproporción entre su modesta demografía (185.000 vecinos a día de hoy) y el número de nativos relevantes en las cosas de la cultura y la política. Incluso UPyD la fundamos aquí, y no digo más. No voy a enumerar la lista de hijos e hijas laureados de mi patria chica, ni a sentirme orgulloso por ello porque nada hay más ridículo que estar orgulloso de haber nacido en algún sitio o de tener algún rasgo congénito. Pero sí tengo una pequeña teoría sobre esta llamativa fertilidad del vecindario donostiarra para exportar artistas, escritores, intelectuales y políticos. Obsérvese que se producen también muchos cocineros, pero se exportan menos. La razón de este doble fenómeno está clara si se piensa en ello: en una ciudad burguesa antigua como es San Sebastián, donde por eso mismo abundaban vecinos esmeradamente educados y muchos sibaritas, los cocineros y sus producciones interesan mucho y se cuidan con mimo, a diferencia de artistas, escritores e intelectuales en general, tradicionalmente tratados con indiferencia o con provinciano peloteo si son muy reconocidos fuera… a condición de que respeten las tradiciones políticas y no vengan a estropear la cena. En definitiva, se hace lo necesario para retener a los cocineros y para ignorar a los intelectuales o artistas que fastidien. Ya lo explicaron antes que yo, sin pelos en la lengua, dos ilustres hijos del pueblo: Pío Baroja y Jorge Oteiza. O dos visitantes no menos ilustres, Toulouse-Lautrec y Pablo Picasso.

Otro de ellos, Eduardo Chillida, dejó lista antes de morir una recomendable fundación-museo sita en las afueras de San Sebastián: el museo Chillida-leku (“El sitio de Chillida”) es el único equipamiento cultural importante abierto al público que se ha creado en San Sebastián desde el comienzo de la transición. Se dice pronto, pero todos los eventos culturales donostiarras de primera categoría proceden… del denostado franquismo, sin excepción: Festival de Cine, de Jazz y Quincena Musical. En 35 años de democracia relativa (debido a ETA, que ha asesinado a más de cien personas en la ciudad), las fuerzas vivas, tan cosmopolitas y culturales ellas, no han sido capaces de abrir un museo público decente o algo por el estilo, ni de otra cosa que seguir concentrando buenos restaurantes e ignorando a intelectuales competentes y artistas creativos (con la excepción de cantantes pop y algún rockero radikal). Pues bien, Chillida-Leku cerró en enero de este año porque ninguna institución aceptaba las razonables condiciones de la familia para cogestionar la fundación de Eduardo Chillida a cambio de asumir el modesto déficit de medio millón de euros anuales (con toda seguridad mucho menos de lo gastado en la promoción de la capitalidad cultural). Eso en una ciudad que, habiendo tenido un protagonismo indudable en dos momentos claves del arte moderno español (décadas de los treinta y de los sesenta), es incapaz de mostrar una colección representativa de esas épocas. Sencillamente, porque ninguna institución se encargó de reunirla.

En definitiva, 35 años de nacionalismo e interminable odonismo (una especie de nacionalismo vergonzante con fular y palabrería pacificadora) no han servido ni para que en San Sebastián haya una actividad cultural pública que superara los moldes creados durante el franquismo, ni para que en la “lucha contra la violencia” -que ahora nos vale la capitalidad cultural- se haya hecho otra cosa que cultivar la ambigüedad con ETA y dar la espalda a quienes realmente han luchado contra ésta. Los de Basta Ya todavía estamos esperando algún reconocimiento municipal al grupo, fundado en San Sebastián y sobre todo activo aquí, que consiguió el Premio Shajarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo el año 2001. Y no es que una llamada de teléfono de Odón Elorza figurara entre mis aspiraciones vitales, lo sabe el cielo, pero, ¿qué credibilidad tiene el concepto de “lucha contra la violencia” de un eterno alcalde que ningunea al único colectivo europeo ganador del Premio Shajarov… siendo de su ciudad?

La rimbombante Capitalidad Cultural 2016 que disfrutará Bildu y aprovechará para su odiosa propaganda de equiparación de víctimas y asesinos, y de promoción del aldeanismo lingüístico y folklórico más rancio y reaccionario, no es otra cosa que el despropósito final de una cadena de despropósitos culturales y políticos que componen un enorme ovillo muy viejo y liado. Por cierto, el logo de Bildu –muy bonito- es un ovillo de colorines. Pues eso, que dice mi amigo donostiarra y artista Josemari Alemán Amundarain.

Carlos Martínez Gorriarán, carlosmartinezgorriaran.net, 1/7/11