Dormir

ABC 04/08/13
JON JUARISTI

Creíamos haber despertado de un sueño con la sacudida de la crisis, pero sólo lo hicimos para caer en otro

Los moriscos conservaban una antigua leyenda islámica sobre Jesús. Decían que Alá lo había enviado para salvar a los hombres, pero que Jesús se durmió. La leyenda reapareció el siglo pasado, entre los «cristianos nuevos» de la Extremadura portuguesa, cuya religión sincrética, mezcla de judaísmo y cristianismo, llamó la atención de algunos estudiosos judíos centroeuropeos. El motivo del sueño de Jesús es, evidentemente, un préstamo islámico que los pobres criptojudíos portugueses incorporaron a su curiosa síntesis judeocristiana.
He devanado mucho esta leyenda, tan hermosa como enigmática. ¿Qué significa realmente que Jesús «se durmió»?¿Se trata de un recuerdo confuso del episodio evangélico de la noche de Getsemaní, en la que Jesús veló, y fueron los apóstoles quienes «se durmieron»? ¿O quiere decir algo muy distinto, a saber, que Jesús murió (y no resucitó)? Esta última visión, acorde con el judaísmo, fue también la de los discípulos del rabino de Galilea en la tristeza del Gólgota, y me hace sospechar que la leyenda tuvo un origen más judío que musulmán, aunque se la apropiara el Islam y no dejara rastro en el legendario de la diáspora de Israel.
Pero cabe una tercera interpretación, más ceñida a la metáfora. Dormirse puede valer también por engañarse, extraviarse, distraerse, descuidarse. Dicho a lo castizo, despistarse. Perder de vista la realidad. Lo real, con su carga de dolor, de violencia y de fracaso. Perderse en el mundo mago de las apariencias, como el canónigo toledano en el cuento de don Yllán, que recogió el Infante, o el Segismundo de La vida es sueño, o el Augusto Pérez de Niebla. ¿Tendrá que ver con ello el dormirse del Jesús islámico? No lo sé. Quizá pensara Nietzsche en el Jesús del Huerto velando ante la inminencia de la muerte, al escribir la canción de Zaratustra: «Escucha, Hombre, escucha…/¿Qué dice la profunda media noche?/ Yo dormía, dormía…/ De un profundo soñar he despertado».
Con el paso de la edad, uno se duerme con más frecuencia y en cualquier parte. Yo me duermo en los viajes, cuando no puedo fumar, y me duermo en reuniones y conferencias. Hay quien me reprocha esto último, pero creo que es más censurable dormirse viajando. Hay reuniones y conferencias en las que dormirse no es sólo lo más sensato: es un deber. Una forma activa de protesta contra la tortura. Y un detalle de cortesía con los cabrones que fingen atender al verdugo mientras te sacan fotos con el aifon, ese invento de Satanás que convierte a los seres humanos en paparazzi.
Pero el sueño es la norma y la vigilia, la excepción. Dormir no requiere un dormitorio explícito. Ni siquiera lapsos de la voluntad, la memoria y el entendimiento, como los del desdichado maquinista del Alvia que han provocado la tragedia de Angrois. Se puede mantener dormidas las facultades sensitivas y asociativas a lo largo de muchos años de convivencia con un chorizo al que estimas, porque nada hay más narcotizante que la amistad. Se vive con el órgano del discernimiento moral perpetuamente aletargado cuando te dedicas a intentar que el mundo mejore de acuerdo con modelos ideales que parecen enaltecer al que los profesa por el mero hecho de profesarlos.
Entre el vivir y el soñar, lo importante es despertar, decía don Antonio Machado. Lo importante y lo difícil. Creíamos haber despertado del sueño de la euforia económica con la sacudida de la crisis, y quizá lo hicimos, pero sólo para caer en otro, el de la política justiciera o resistencial, sin más opciones. Termina el curso en medio del ruido y la furia de los durmientes. Se aplaza el despertar hasta que la realidad nos alcance de nuevo.