EL CORREO 20/10/13
JUANJO ÁLVAREZ, CATEDRÁTICO DE DERECHO INTERNACIONAL
· Nadie puede pretender lograr por la imposición del chantaje y de la amenaza el proyecto político que no logra hacer realidad por ausencia de mayoría social
Dos años sin vivir bajo la macabra tutela de ETA. La decepción y el hartazgo acumulado entre todos nosotros tras anteriores frustradas tentativas en la búsqueda de la paz, rotas por la inercia totalitaria de ETA, impusieron hace ahora dos años una lectura con sordina de algunas grandilocuentes afirmaciones contenidas en la declaración de ETA. El optimismo desbordado en nuestra sociedad vasca ante los anuncios de otras treguas de ETA dejó paso a un cierto pesimismo constructivo, que no era en modo alguno un gesto de renuncia: al contrario, era reflejo de sana austeridad emocional. ¿Por qué? Porque ETA no anunció ni ha anunciado todavía, ni va a escenificar a corto plazo, su disolución; esperará al menos hasta que la cuestión de los presos se encauce y sigue reiterando en sus comunicados que persigue alterar el estatus político vigente, e insiste en arrogarse una suerte de tutela del proceso de «liberación» del pueblo vasco. Más allá de esta ya tediosa retórica, ETA es consciente de que la inmensa mayoría del pueblo vasco repudiamos y rechazamos su barbarie como instrumento de acción política. Esa es su máxima debilidad y el verdadero motor que ha permitido hacer definitivamente irreversible su final.
El compás de espera viene dado porque ETA retarda su paso final, no termina de anunciar que se disuelve de forma unilateral e incondicionada. Hace falta mucha madurez y autocrítica para aceptar una renuncia en blanco a los postulados ideológicos en los que ha fundamentado durante años su acción criminal. En escasos meses la percepción en la sociedad vasca acerca de la receta del guión de ‘cierre’ ha variado radicalmente. Al desapego, a la desafección y al ninguneo social les ha seguido la mayoritaria percepción de que la solución radica única y exclusivamente en ellos, en que materialicen la decisión que inútilmente prorrogan y prorrogan, tratando de encontrar una «pista de aterrizaje».
A los miembros de ETA tan solo les hace falta una mayor dosis de coraje y de dignidad, les falta asumir la necesidad de respetar las reglas básicas de convivencia. Y entre esas reglas sociales y políticas la primera es la de educarse en la frustración. Nadie puede pretender lograr por la imposición del chantaje y de la amenaza de la violencia el proyecto político que no logra hacer realidad por ausencia de mayoría social.
Y en este contexto, el lenguaje retórico y las frases hechas nos envuelven, como una melodía repetida día a día, pero no sirven para transformar la realidad. La escenificación hueca que rodea muchas de las grandilocuentes manifestaciones de unos y otros actores políticos ante el nuevo tiempo de una Euskadi sin ETA no debería hacernos olvidar algunas premisas básicas para que la convivencia entre vascos se asiente sobre una base estable y justa:
1. El conflicto de identidades y el de la violencia son dos cosas distintas: el terrorismo nunca representó una consecuencia natural de un conflicto político, sino su perversión. La ansiada y por fin materializada desaparición de la violencia no merece ninguna recompensa; lo que hace es facilitar un diálogo abierto y, si la sociedad vasca así lo decide, proceder a la correspondiente transformación del autogobierno. Los partidos políticos y las instituciones no deberían modificar sus principios, aunque deban deliberar en torno a las decisiones que mejor puedan facilitar este final.
2. Hay que hablar más y más alto de la necesaria y definitiva desaparición de la violencia de ETA. Reiteramos demasiadas veces el vocablo ‘proceso’. Lo que procede exigir es el cierre definitivo de la ‘tutela’, de la imposición militarista de ETA. La izquierda abertzale marca sus ritmos, y ha dado pasos que para muchos eran inimaginables hace tan sólo unos meses. No es justo despreciar ni minusvalorar esos avances, pero los integrantes de la denominada izquierda abertzale han de entender que la mayoría de la sociedad vasca les exijamos más. Gracias a un gran dominio de la estrategia política y comunicacional han logrado situar en el centro del debate político vasco todos sus grandes temas reivindicativos, y obtener así importantes réditos de imagen y de proyección social y política. La pregunta que cabe realizarles directamente es ésta: si, como dicen, la lucha armada ya no es necesaria, ¿qué sentido tiene prolongar su silencio sobre la necesidad de la disolución de ETA? ¿Por qué, cuál es la razón oculta por la que no se puede pedir a ETA que se disuelva? Este paso allanaría el camino a sus reivindicaciones y posibilitaría además acuerdos políticos de mucho mayor calado.
3. En el nuevo contexto, marcado por el fin definitivo de la violencia, queda mucho por hacer en el plano del reconocimiento de las víctimas, de la elaboración pública de la memoria y de la reconstrucción de la convivencia.
4. La memoria no puede ser neutra, porque la reconciliación no es un pacto entre agresores y agredidos para encontrarse en una especie de punto medio entre violencia y democracia. La reconciliación supone reposición de unas relaciones de reconocimiento recíproco, pero esta obligación de reconocer a los adversarios, aunque se dirija a todos por igual, no plantea las mismas exigencias a quienes han ejercido la violencia y a quienes no lo han hecho. Aquí tampoco puede aceptarse la simetría. Todos tenemos la misma obligación pero no todos tenemos que hacer el mismo recorrido. De lo que se trata ahora es de recuperar para la convivencia democrática a quien no fue capaz entonces de entender que la violencia carecía de justificación, pero no de ofrecerles ahora una legitimación inmerecida.